Los recuerdos de Celia Gámez en el viejo García Barbón

Recuerdos de Celia Gámez en el García Barbón.
photo_camera Recuerdos de Celia Gámez en el García Barbón.
"Acaban de pedirme que les cuente algo de Celia Gámez porque recuerdan que, en el cincuentenario de una emisora en la que trabajé en mi juventud, reproduje un fragmento de la entrevista que yo le hiciera hace más de medio siglo"

En este repositorio de recuerdos de un periodista jubilado, pero no retirado, he de sumergirme de vez en cuando porque amables colegas me piden un dato, un recuerdo, una fecha o si conservo una grabación que se pueda reutilizar en la radio. Y entre otros personajes, acaban de pedirme que les cuente algo de Celia Gámez porque recuerdan que, en el cincuentenario de una emisora en la que trabajé en mi juventud, reproduje un fragmento de la entrevista que yo le hiciera hace más de medio siglo, que ya es tiempo pasado y cuyo original se conserva, con otros documentos, en el Arquivo Sonoro de Galicia, en Santiago. La entrevisté cuándo vino a Vigo a embarcarse en un paquebote de retorno a Argentina. Fue una entrevista grata para la radio. Resulta especialmente triste pensar que murió de vieja, en 1992, afectada por una terrible enfermedad que devora la memoria de sí mismo, que anula los perfiles de la propia personalidad, que todos los recuerdos, todas las vivencias de una vida. Aquella mítica mujer de genio vivo, adorada por miles de españoles antes y después de la guerra, murió en un asilo bonaerense, casi anónimamente. En aquellos años cincuenta y primera mitad de los sesenta, Vigo figuraba en el circuito obligado de las grandes compañías de revista, teatro y variedades que, tras las estrenas de Madrid, salían de gira por "provincias".

Otro colega me preguntó si en mi entrevista me atreviera a preguntarle por su amistad con Alfonso XIII, del que se dice que fuera amante. No me atreví, obviamente, ni siquiera sobre otros personajes de los años treinta y el apogeo del franquismo, en los que fuera un personaje muy apreciado y hasta simbólico. Hablamos de su vida, del capital que invirtiera en sus espectáculos y que tenía guardado en un almacén de Madrid, donde guardaba todos los decorados. Hablamos del destape de aquellos años y fue muy gracioso que me dijera que no le gustaba, y que era más fino “enseñar, pero un poquito”. Ella estaba especialmente orgullosa de que a sus revistas fueran las señoras y no sólo los caballeros. Lo cierto es que eso ocurrió después de la guerra, cuando alguna de sus más picaras revistas se reconvirtieron, conforme a los postulados morales del régimen vencedor. Hablamos de sus números famosos, como "Estudiantina portuguesa", cuando vestida de estudiante, con la capa y el característico, elegante, hermosa todavía, enseñando sus famosas piernas, y entonaba con su peculiar aquella popular canción y el teatro venía abajo. Muchos años después tuve ocasión de hablar con algunos tramoyistas, carpinteros y maquinistas, entre otros, del García Barbón, a propósito del mal genio que se gastaba la dama. Realmente se le notaba mucho brío. A las jóvenes coristas las traía a raya. Era una y un poco sargento con su gente. Dicen que era tacaña, aunque tenía buen corazón. Invertía mucho en cada espectáculo y quería que todo estuviera a su gusto. Lo cierto es que gastaba una fortuna en cada revista y quería que todo luciera.

Aquella gran artista sentía pavor a los aviones, así que hacía en barco todos sus viajes de ida y venida a la Argentina. Estábamos en los años setenta. En Vigo la acompañaba una señora muy enjoyada y elegante, que era parienta de un conocido y popular librero vigués, Patiño de “Librouro”, que fuera quien me pusiera en contacto con ella. Esta señora me advirtió previamente que me abstuviera de preguntarle nada de la edad. Y no lo hice. Vestía un conjunto de pantalón y chaqueta azul con una blusa de seda blanca. Me acuerdo, sobre todo, de un paño al cuello, que le daba un toque característico y guapo. Eso me hizo recordar lo que decía Oscar Wilde de que la elegancia brota del espíritu, al observar el modo que llevaba un pañuelo al cuello.

Resultó emocionante aquella experiencia. De Celia habían escrito en la revista "Destino" que, de habérselo propuesto, "pudiera detener el sol en su carrera". Copiemos el que sus coetáneos escribían de ella en su momento de mayor esplendor: "La popular posee una habilidad especial para detener el tiempo, para racionalizarlo, para sacarle mayor jugo posible. Supo conservarse, adaptarse y renovarse, y causa verdadero asombro su capacidad para cambiar de ritmos y estilos".

Dicen que algunas noches, en algunos viejos teatros por los que actuó aún se escuchan sus pasos de la sobre la pasarela, mientras suenan las inolvidables notas de "el "Pichi", la "estudiantina portuguesa" o “los Nardos": “Lleve usted nardos, caballero, si es que quiere a una mujer. Luego, si alguien se los pide, nunca se le olvidé que yo se los di". En los camerinos del viejo García Barbón, antes de la reforma, se conservaban y yo los vi, carteles y programas de aquellas visitas de la compañía de Celia Gámez a Vigo, y ahora lamento no haber recogido alguno. Todo eso y otros testimonios de otros artistas de la época como Machín y las compañías de teatro de aquel tiempo, se destruyó cuando la Caja de Ahorros Municipal de Vigo compró el teatro y lo reformó. Siempre he lamentado que no se me ocurriera intentar salvar algo de esa parte de la historia misma también de Vigo.

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