Honores para Nico en Vigo

Nico Rodríguez, con su medalla, posa con su madre ayer en Peinador.
photo_camera Nico Rodríguez, con su medalla, posa con su madre ayer en Peinador.
Emotivo recibimiento al medallista vigués, con bronce en vela: “Esto es para toda la vida”, señala el regatista del Náutico. Tokio termina y cede el testigo a París 

Era el mismo Nico de siempre. El del nombre apocopado, el de la sonrisa, el hermano, el hijo, el novio, el amigo… Sólo que con una medalla al cuello. El regatista vigués hizo madrugar ayer, un día más en estos  Juegos, a quienes lo quieren y a quienes lo siguen para ir a recibirlo en el aeropuerto de Peinador. Más de medio centenar de personas acudió a dar la bienvenida a un medallista tamaño natural, cero impostado.

Nico Rodríguez volvía a casa como tantas veces, pero de forma diferente. De hecho, disfrutó sobrevolando la ría que tantas veces ha navegado en la cabina de los pilotos del avión que lo devolvía a Vigo.  Aquí debía competir en sonrisas  con todos los que acudieron a abarazarlo.

Profesional y amable como siempre, se tomó el tiempo de atender a los medios en una terminal vacía por razones pandémicas cuando tras la puerta ya intuía el recibimiento que le esperaba. Una pequeña pausa previa a la explosión, a ese hola que revivirá tantas veces y que no repetirá nunca de la misma manera.

El primer abrazo tras salir a la calle fue para la sufrida madre. Era ya el terreno de los sentimientos, de las lágrimas, de los azoramientos por tener que  hacer de forma pública lo que siempre ha sido púdicamente privado. Las muestras de cariño  vitoreadas por los presentes entre el arrobo de  los protagonistas, del gran protagonista. 

A nadie le extrañó que hubiese confetti, cava espumoso, cánticos acompasados y alguna que otra corneta estilo bubuzela. Lío en Peinador, que diría su bienquerido hermano Miki y el resto de amigos celtistas del medallista de bronce. Porque el celtismo celebró el podio de su jugador Iván Villar pero no menos el de un Nico asiduo a Balaídos desde niño. Lío en Río.

Pero como de vela estamos hablando, el Náutico de Vigo, el club de toda la vida de Nico, no podía faltar. De hecho, fue su bandera, y no la del Celta, la que ondeó en el aeropuerto en manos del homenajeado, sorprendido por la presencia de amigos lejanos de otras singladuras que se acercaron a abrazarlo. Y sin autoridades,  que no hacían falta. Porque esta medalla es la de un vigués, la de un gallego, la de uno más de nosotros. “Nico, Nico, Nico…”, se gritó. Y, pese a lo excepcional, sonó natural. Como Nico.

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