Soy Sánchez

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En The Wire, Stringer Bell enseñaba a sus camellos cómo vender la misma droga con otro nombre. El último estupefaciente gubernamental se llamará, según el BOE, Las cuatro  estaciones, de ¡viva yo! Pero no hay que ser malpensados: esta serie documental sobre el presidente del Gobierno, que se emitirá el próximo año electoral, no será propaganda partidista. Coincidirá con la efervescencia de la prechampaña como podría coincidir con un eclipse galáctico, la floración sobre el desierto de Atacama, Yolanda Díaz hablándonos como a adultos o cualquier otro acontecimiento excepcional imantado por la propia excepcionalidad de nuestro presidente. Fíjese si está lejos de ser un publirreportaje que los capítulos sólo durarán 45 minutos, muy por debajo de la expansión castrista de la oratoria de Sánchez. Para solidarizarse con el transparentarse del español provocado por el encarecimiento de los alimentos -¡la gesta de la compra!-, el presidente se somete también a un “ejercicio de transparencia”. No dará las Campanadas en salto de cama como Pedroche, pero saldrá a lo Georgina en Netflix: “El jet me facilita mucho la vida”.

A la docuserie de Sánchez le ocurrirá, sin embargo, lo mismo que a la de Tamara Falcó: lo más divertido ya lo habremos visto. “Soy decente y limpio”, le dijo a Ana Blanco cuando era apenas un pretendiente tipo First Dates. A Bertín Osborne le confesó, con dos cojines, que era “mucho mejor con presión”. Soltó “rintintín” en El Hormiguero, pero sin referirse al perro. Preguntado por su pasado baloncestista, admitió que ahora era un “paquete”, y las señoras se lanzaron a comprobarlo durante el intermedio. Hasta Susana Griso alabó su “culito” al caminar con ese aire travoltiano como de acabar de encestar un triple. En aquellas intervenciones asomaba ya una ambición no sólo de reformar la Constitución, sino de rehacer la historia: fijó la cuna de Machado en Soria y atribuyó a Felipe González la ley del divorcio de 1981.

“Un político es un ciudadano menos”, sentenció Ramón Eder, salvo Sánchez, que es toda la gente; por eso sabe que lo que preocupa en el metro o en el autobús no es el bloqueo de las puertas, sino el bloqueo del CGPJ, como ha revelado la ministra de Justicia. También sabe que para ganar popularidad en estos tiempos no llega con abrazar a ancianos ni besar a niños, se impone la realpolitiktok. Los políticos deben grabarse, crear contenido viral, da igual si es mitineando, bailando, cocinando, corriendo, en bici, con perro o zumo de frutas; deben dar el cante incluso con música, como cuando Pablo Iglesias interpretó una canción de cuna ante la Campos y demostró que la nana es la primera amenaza. Pocas cosas tan inhumanas para el espectador como el intento de humanizar al político, más temeroso del aislamiento que del ridículo.

En 2015, el entonces líder laborista, Ed Miliband, abrió las puertas de su casa a la BBC y se dejó grabar tomando el té en una humilde cocina. Luego se le descubriría otra cocina hermosa y moderna, y pasaría a ser conocido como “Ed dos cocinas”. La política es el grado de ficción que estemos dispuestos a tolerar. Habrá quien vea en el horneo de Las cuatro estaciones un intento de dárnosla con queso, pues en un documental convenientemente editado no hay posibilidad de lapsus, que es la verdad del político. Pero ya avisó Wenceslao Fernández Flórez que los políticos, escondidos en sus gabinetes y casas, engañarían más años a sus conciudadanos.

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