Pobres con causa

JORGE PEREIRA
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Hay que reconocerle al Gobierno la efectividad de su plan de ahorro. La semana pasada, de paseo por Santiago de Compostela, me ahorré al menos tres consumiciones en tres cafeterías cuya temperatura interior era uterina. Por no hablar de lo que no gasté en un restaurante italiano donde las pizzas se horneaban en la mesa, la cascada del Fiumelatte bajaba por la espalda de los camareros y clientes a la arrabbiata  exigían el aire o la cuenta. 

Con este nuevo real decreto ley, también economiza el presidente en consultas y hasta en envidia con China, pues en algunas tiendas se respira ya esa atmósfera de rollito vaporizado de los bazares asiáticos. Determinadas incursiones hosteleras recuerdan incluso a aquel viaje de Camba desde Nueva York a Callao: “Suda la mantequilla, suda el queso, sudan las carnes en conserva del frigorífico y las carnes al natural de los pasajeros. […] No hay en el barco diferencia alguna de olores ni de sabores. El queso tiene el gusto del jamón, el jamón el gusto del queso, y lo mismo da tomarse un trozo de gruyère que bailar un fox con miss Cunnegut”.

En un país de por sí sostenible como el nuestro, donde quien más y quien menos está a dos velas y se premian las pocas luces, el plan de ahorro energético puede ser, además, una oportunidad para democratizar la sauna, tan enraizada en la familia del presidente, con baños de calor en verano y duchas frías en invierno. ¡El spa estacional! Y todo a media luz, como en el tango. Pero no lo llame pobreza energética. Eso era con Rajoy, cuando el megavatio hora superó los 50 euros y a Garzón le preocupaban las “miles de familias” que no podrían “mantener sus casas a temperaturas adecuadas”. Ahora que el megavatio hora baila alrededor de los 200 euros, al ministro de Consumo le quita el sueño la sal, porque ya no hay pobres, sino menesterosos ascendidos, ¡pobres con causa!; y no cualquier causa, ¡las causas correctas!: luchar contra Putin y el cambio climático. Ignora una a qué esperan para denominarlo nobleza energética.

Los necesitados sin causa sufrían restricciones energéticas y morían más que en accidentes de tráfico. Los pobres con causa son unos desgraciados tan perfeccionados que ni piden ni mueren, se limitan a ahorrar; sobrellevan con tal compromiso europeo su pobreza que gustosamente renuncian al pescado, a las hortalizas, a la climatización del hogar y hasta a sus vacaciones, mientras toman nota de las soluciones costumbristas que proponen los predicadores mediáticos para consumir menos luz y mantenerse frescos, que no fríos, porque el frío es prorruso: volver al botijo y al abanico. Ahora se sabe que para combatir a Putin no eran necesarias las armas sino un ejército de émulos de Locomía, así que ojo con salir de casa este verano sin un brillo de sudor solidario, pues andan afanadas algunas teles en fiscalizar al ciudadano en lugar del al poder, como en la pandemia. Será para no intoxicar. Solo falta el reportero con termómetro que señale al disidente eléctricamente refrigerado y lo tilde de fresco.

Si es usted de los que hiperventilan con la “temperaturra” gubernamental, ¡hipoventile, hombre, hipoventile! Aprenda de los locales que deben invertir en cierres automáticos para no derrochar energía. La ausencia de ventilación permitirá, además, un último y definitivo ahorro, ahuchar en pensiones, al resultar más difícil sortear el covid. ¿Hay acaso manera más eficiente de acabar con nuestra dependencia del gas ruso y nuestro impacto en el planeta que extinguirse?

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