Celta - Rayo Vallecano

La realidad quema, el balón no

Los célticos Douvikas y Tapia se lamentan de una ocasión desperdiciada durante el partido en Balaídos.
photo_camera Los célticos Douvikas y Tapia se lamentan de una ocasión desperdiciada durante el partido en Balaídos.
Empató sin goles (0-0) ante el Rayo Vallecano un partido con dos balones a la madera y dos polémicas decisiones arbitrales

Última jugada de un partido clave para la permanencia. Sin goles en el marcador. Carlos Domínguez ejerce casi de lateral derecho mientras la defensa se sostiene, apenas, con la presencia única de Jailson Marques. El balón llega al borde del área, donde Iago Aspas le da continuidad y Carles Pérez zapatea de zurda, estrellando las esperanzas locales de victoria en el larguero. No se ganó, pero se apostó todo por sumar tres puntos. La valentía propugnada existe. Todavía falta juego, pese a haber creado ocasiones suficientes. El Rayo se fue agradecido por el punto y el Celta se va a otro parón décimo séptimo con tres puntos de margen sobre el descenso. La realidad quema pero el balón no. 

Las neuronas jóvenes se presumen cargadas hasta el punto de crear conexiones imbricadas al milímetro, partiendo de la valentía rayana en la osadía. No en vano, sólo se es joven una vez. Celta y Rayo tienen cerebros frescos, casi esponjosos, puestos al servicio del fútbol y, por qué no, del espectáculo. Todo está medido para que lo inesperado sea desmedido. Claudio Giráldez e Íñigo Pérez asoman en la élite poniendo el atrevimiento por encima del miedo, aunque sus equipos habiten en tenebrosos lugares de la clasificación.

Balaídos también es, hoy por hoy, joven por naturaleza. La comunión era inevitable y hasta la lluvia acabó cediendo para un duelo que, pese al tremendo peso de la amenaza del descenso, quería ser liviano. Casi un juego de dos cerebros y 22 futbolistas rodeados de 23.000 personas.

 

 

Los dos conjuntos respondieron a lo que se esperaba de inicio: el Celta queriendo balón en busca del entramado de pases que acercase a la portería rival; el Rayo tomando el fútbol por asalto desde la presión alta. Y jugando con los dibujos con ansia ajedrecista: empezando de cuatro o de cinco en respuesta al rival. En el caso celeste, con Hugo Álvarez por la diestra siendo, esta vez, más centrocampista que carrilero.

Claudio Giráldez daría casi todo lo que tiene por implantar su cerebro a Starfelt en los primeros 45 minutos. Porque el Rayo apostó por flotar al sueco en la salida de balón y éste tuvo balón hasta aburrirse en busca de un pase cuando los vallecanos negaban el centro del campo, que era siempre. No había juego fluido. El Rayo asustó en errores célticos en la salida y en celéricos avances; el Celta no era capaz de llegar y sólo a balón parado pudo marcar con un cabezazo de Larsen al palo tras un saque de esquina. El fútbol se entretenía en el planteamiento sin desenlace. Decía Serrat que amor no es literatura si no se puede escribir en la piel.

Los dos técnicos retocaron sus equipos en el descanso, pese a que Íñigo Pérez ya había tenido que hacerlo por la lesión de Álvaro García. En el bando céltico, había que mejorar la salida de balón y Starfelt se quedó en el banquillo mientras saltaba al campo la osadía de Renato Tapia. El peruano ha madurado su fútbol hasta hacerse amigo del balón y manejar los tiempos con frialdad. El rival variaba su defensa de la banda izquierda, por donde se movía un Iago Aspas al que se ve ávido como pocas veces.

Hubo mejoría, que se notó sobre todo en una mayor posesión y en la drástica disminución de la presencia del Rayo cerca del área de Vicente Guaita. No tuvo tanta repercusión el cambio en el área rival, con lo que Claudio Giráldez volvió a mover sus piezas veinte minutos después, dando entrada a Carles Pérez -para definir- y Jailson -para ordenar-. Aunque lo primero que hizo el brasileño fue cabecear a gol una falta lateral, tanto que fue anulado por el árbitro por un empujón de Carlos Domínguez en el tumulto del área.

La polémica arbitral se sumó al ambiente de búsqueda de triunfo. Sin ambages, ya con Jailson de libre y Tapia imponiendo descaro desde el centro del campo. Pudo marcar el peruano en un cabezazo franco en el corazón del área a centro de Aspas, ya cuando un desacertado Larsen había dejado su sitio para Douvikas.

Zafarrancho final. Corriendo riesgos enormes, pero con fe. Con el árbitro negando un penalti reclamado por Aspas ya en el descuento. Y con ese zapatazo de Carles que puso fin a todo. Se dirá, con razón, que el Celta mereció más. Pero también es innegable el mérito del Rayo. El empate es menos de lo necesario para estar tranquilo. Que el balón siga sin quemar, aunque la realidad sí.

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