No es habitual que el más aplaudido por la grada cuando los altavoces enumeran a los jugadores del Celta antes del inicio del partido sea el entrenador. En ese punto está el celtismo en el arranque de Claudio Giráldez como entrenador del primer equipo. Un cariño que es todo un tesoro dentro de una profesión mucho más dada a la crítica despiadada que al halago previo. El porriñés ya ha debutado en casa y lo hizo en un mediodía que la lluvia abrió para evaporarse justo en el pitido inicial y dejar paso hasta al sol.
La afición sabía de la trascendencia de la visita del Rayo Vallecano, un rival directísimo en la pelea -no olvidada pero sí desdramatizada en los días previos- por la permanencia. La cesión de abonos no llegó para paliar en su totalidad la ausencia de abonados, lo que dejó el aforo en más que correcto pero no excepcional. Fueron 21.505 los espectadores en unas gradas de ambiente festivo que recogieron la efervescencia de las calles adyacentes en otra cita más con sabor a aperitivo en el arranque y a merienda al acabar.
Antes de empezar, Gabri Veiga recibió el premio a mejor jugador de la pasada temporada en medio de los aplausos del celtismo. Otro porriñés protagonista, aunque fuese sólo por unos segundos. El ajuste de tiempo del himno del centenario retrasó levemente el minuto de silencio en memoria de Ricardo Martínez Barros, que fue vicepresidente del club en la década de los 90.
Después, el partido dio para mucho, pero no para todo. Incluso se celebró un gol, aunque el grito se quedase frenado en la garganta por la anulación del mismo. Lo malo es que no hubo victoria. Pero tampoco desencanto.