Opinión

Fernando Rielo Pardal en el centenario de su nacimiento

Hace ya un tiempo tuve la ocasión de conocer algunos escritos de Fernando Rielo Pardal (1923-2004), fundador de las Misioneras y de los Misioneros Identes. Los próximos 25, 26 y 27 de octubre se va a celebrar un “Congreso mundial online sobre Fernando Rielo, fundador, pensador, poeta”. Se trata de un autor original, que parte de su propia experiencia, pero que, de acuerdo con los principios de la fe, intenta dar respuesta a los problemas a los que hace frente la humanidad y la Iglesia.

Una razón abierta, capaz de tomar en serio el desafío de lo real, empuja al hombre a vivir a la altura de sus máximas posibilidades, de su dimensión espiritual. Abrirse a lo máximo es, en el planteamiento de Rielo, el resultado de un profundo diálogo con el Padre, que se manifiesta como “más que el ser”. Así como el Padre “es más”, también el hombre está llamado a “ser más”. Cristo revela el “misterio” del ser, su grandeza, superando la oposición entre razón y fe y devolviendo a la razón humana su rumbo y orientación. El cristianismo ha de ser vivido y testimoniado, experimentado en cierto modo; es decir, místico.

Las claves del pensamiento de F. Rielo son la “apertura”, la “relación” y el “amor”. La “apertura” del hombre tiene como condición de posibilidad la espiritualidad: el hombre se abre a Dios y a la realidad en su conjunto. El hombre es un ser abierto al infinito, al Absoluto, al conocer y al “ser más”. Esta apertura se debe a la divina presencia constitutiva del Absoluto en nuestro ser, presencia capaz de poner las bases que permiten superar la distorsión de las ideologías, de la cerrazón, y de lograr una existencia auténtica.

La “relación”, que ante todo es la relación de un hijo con el Padre, concreta y hace posible la apertura. Una relación con el Padre que se extiende a la relación con Jesucristo y con el Espíritu Santo y, a la postre, con todo lo creado. El principio fundamental no es el de la identidad, sino el de la relación. El Ser es la relación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Si el Absoluto no es relación, no cabe ninguna relación, ninguna apertura, ningún amor. 

El “amor” nos define abriéndonos. Lo contrario al amor, nos limita. El amor es la naturaleza de Dios y es la meta a la que el hombre tiende para poder desarrollar todas sus potencialidades. Cristo nos enseña el amor, que tiene su referencia en el Padre celeste, en su misericordia. La perfección del hombre es perfección en el amor. Se trata, en suma, de llegar a ser verdaderos hijos del Padre, hermanos de Cristo y amigos del Espíritu Santo. Cristo nos revela la intimidad divina, la absoluta compenetración de amor, que hace que la libertad elija el amor, que la verdad sea personal y que la esperanza ansíe la perfección del amor.

De esta base y de estas claves se deduce un nuevo modo de comprenderse a uno mismo, de estar en la Iglesia, de vivir el compromiso misionero y la responsabilidad de transformar el mundo. Como enseña el papa Francisco: “Nuestra tristeza infinita solo se cura con un infinito amor”.

Te puede interesar