Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
La filosofía de Hobbes confiaba al contrato social el control de la maldad natural del hombre. Solo el Estado podría socializar al individuo malo y egoísta por naturaleza, preocupado esencialmente por su propia conservación y alejado de moralidad alguna. Las múltiples corrientes de pensamiento que defienden la bondad innata del ser humano, no pueden negar que la maldad existe y se prodiga a la menor oportunidad, en cualquier parte. Es evidente que a algunos la socialización les es indiferente, ni siquiera les roza.
¿Es usted un demonio?, preguntaron. Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios. La frase de Gilbert Keith Chesterton, deja poco margen para la tranquilidad y la esperanza de recuperar el control de la propia vida tras una relación marcada por la violencia de género. Muchos de esos demonios nunca abandonan al maltratador y alimentan el rencor y el odio de quien se siente traicionado.
No alcanzo a medir el sufrimiento, pero pocas cosas me parecen tan insoportables como la angustia de una madre cuando teme por la integridad o la vida misma de sus hijos, amenazada por quien solo es padre en un libro de familia que no merece, o ex-pareja que impone el ejercicio del derecho inexistente a retener a una mujer e hijos que considera su propiedad. Una angustia que se aferra a las entrañas y que, por desgracia, a veces precede a un dolor indescriptible, insoportable, cuando la bestia irracional herida materializa su venganza buscando el placer o la calma en el sufrimiento de quien desprecia su posición de macho dominante.
¿Cómo superar el miedo a dejar en manos de quien sabes que no puedes confiar, a un niño o niña que, muchas veces, te suplicará no alejarse de tu lado, porque no se siente seguro? ¿Cómo olvidar sus lágrimas, su miedo? El tiempo se hace más relativo que nunca y esas horas se vuelven infinitas y asfixiantes. Admiro el valor inmenso de las madres y de los menores que asumen con resignación y entereza una situación que les ha tocado vivir por el mero hecho de unir un día sus vidas con la persona equivocada. La verdadera fuerza, está en esas madres y en esos niños y niñas.
Es difícil conjugar la protección de los hijos con el derecho de los progenitores a su custodia compartida o al mero hecho de participar en sus vidas. Es la Justicia quien debe valorar y tomar las decisiones más adecuadas, que nunca serán fáciles y -lamentablemente- en ocasiones equivocadas. En cualquier caso, es imprescindible alejar a los pequeños de quienes ha quedado probada su conducta violenta, y tener en cuenta la opinión del menor. Los niños siempre dicen la verdad, aunque duela. Los profesionales competentes dirimirán la causa de por qué el hijo o hija no quiere estar con su padre o madre, pero debe respetarse su opinión, por convicción o por precaución. No reconozco el derecho al ejercicio de una paternidad a la fuerza, como no acepto tampoco que la familia es necesariamente lo primero. Recuerdo a unos ancianos del rural gallego a quienes su hijo les maltrataba y les preguntaron -como queriendo que asintieran- si a pesar de todo querían a la sangre de su sangre. Dijeron que "cómo le vamos a querer, si nos pega".
De ningún modo quiero generalizar, ni banalizar sobre un tema que es un drama y a menudo un callejón sin salida. La referencia a los padres, progenitores masculinos, tiene su justificación en su protagonismo en la abrumadora mayoría de los casos de violencia de género. La reflexión no está dirigida a todos esos padres que luchan por sus hijos e hijas desde el cariño y los mecanismos legales, sin machismo, sin ira ni deprecio y que en no pocas ocasiones encontrarán muchos obstáculos por culpa de convencionalismos sociales ganados a pulso por el hombre. Estas líneas están dirigidas concretamente a todos esos malditos bastardos que quieren poseer y someter y que son causa de la desgracia de quien desea pasar página y vivir en libertad. Esos malditos bastardos, que, lejos de tener el valor de apartarse y respetar, abrazan la cobardía como madre de la mayor crueldad.
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