Opinión

Otro Vigo

Nacen cada vez menos niños y la tendencia no va a cambiar ni a corto ni a medio plazo porque la sociedad actual es la que es, y ni siquiera los incentivos van a obrar milagros, no desde luego de inmediato. Hay que resignarse a que la pirámide demográfica vaya desapareciendo para convertirse en una especie de cubo, cada vez más estrecho en la base y donde los jóvenes son menos, y eso tampoco va a cambiar ni a corto ni a medio plazo: 40.000 menos hay ahora que en el año 2000, con una población total similar, incluso algo superior. Quizá lo novedoso es saber por los expertos que ni siquiera la llegada masiva de inmigrantes va a modificar de forma sensible la demografía, que parece condenada a que esta ciudad, y Galicia, envejezcan sin remedio. ¿Hay soluciones? Veamos. 

Vigo era a finales del pasado siglo una ciudad joven y dinámica, ya no con el empuje de los sesenta y setenta, y que a cambio iba conformándose como una urbe completa, cubriendo los huecos que el desarrollismo exprés había dejado y conformando una malla urbana coherente. Pero por el camino, en estos 20 años ha ido dejándose algunas cosas. La fuerza cultural/musical, todavía visible, es menor, y la ciudad ha quedado muy relegada en el mundo audiovisual, donde jugó un papel potente. En cuanto a innovación, da envidia el parque de TIC de A Coruña y la agencia de Inteligencia Artificial, que probablemente colocarán a la capital del norte en la senda del crecimiento. Vigo sigue siendo una ciudad industrial, aunque un poco menos, y marítima, con astilleros y la pesca, que continúan formando parte de su estructura económica y social como hace 40 años. A cambio, algo más turística, como en general toda Galicia, convertida en un destino veraniego que la Xunta define como “reserva térmica”. Ah, y el Celta, aun en sus peores momentos, sigue siendo más que un club vigués.

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