Opinión

Gallardón asume

El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, ha asumido que no podrá cumplir con una de las aspiraciones políticas que no ha ocultado nunca, la de convertirse algún día, si las urnas lo aprobaban, en presidente del Gobierno de España, no porque su valía política no le avale para ello, sino por cuestión de edad. Piensa que cuando le pudiera llegar el turno estaría por la sesentena, en el caso de que Rajoy cumpliera el ciclo de ocho años –bien porque así lo decidiera, o porque la pulsión del cambio social diera un vuelco a las mayorías o más aún si encadena un tercer mandato en La Moncloa-, y ningún jefe del Ejecutivo ha alcanzado el poder a esa edad en la reciente etapa democrática.

Gallardón perdió mucho tiempo durante su etapa de ‘verso suelto’ en la que concitó el rechazo de muchos de los militantes del PP, y a pesar de que tuvo importantes responsabilidades orgánicas, nunca logró el apoyo de las bases populares más allá de las fronteras de Madrid.

Esa situación ha cambiado de forma radical. Se encuentra bien situado en el equipo más próximo a Mariano Rajoy, en la dirección nacional del partido, y ahora, en ocasiones, quien hace gala de la condición de ‘verso suelto’ es su gran oponente, la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, -Madrid es “una charca muy pequeña para dos cocodrilos”, como dice el refrán africano-, quien tras la segunda derrota electoral de Rajoy jugó a la contra de su liderazgo, y si bien ha afianzado su poder en Madrid con una nueva mayoría absoluta ya no cuenta para mayores empeños.

Como la venganza es un plato que se sirve frío, en el PP se da por hecho que el alcalde de Madrid concurrirá a las elecciones generales en la lista de la capital y en un puesto destacado, en el cuarto, tras dos de las mujeres en las que se ha apoyado Rajoy en los últimos años, Soraya Sáenz de Santamaría y Ana Mato. En las circunstancias actuales, Esperanza Aguirre no podrá repetir la ‘escena del ascensor’ y amenazar a Rajoy con dimitir como presidenta de Madrid, como hizo hace cuatro años, cuando Gallardón quiso convertirse en diputado en Cortes, y le planteó que o los dos o ninguno. Y ganó la batalla.

La fidelidad en las horas bajas tiene premio y el alcalde madrileño recoge sus frutos: tiene expedito el camino sin que los partidarios de Esperanza Aguirre se apresten a una batalla que tendrían perdida y no van a gastar energías en balde.

Gallardón asume que tiene muy difícil ser presidente del Gobierno pero puede tener premio de consolación, además de su elección como diputado. Tras la más que probable victoria de Rajoy –el PSOE no pelea por ganar sino por minimizar la derrota- el alcalde de Madrid puede ser designado ministro o incluso vicepresidente del Gobierno, y así, de forma vicaria, y según su orden de prelación en el nuevo Ejecutivo, llegar a presidir el Consejo de ministros.

Si Gallardón fuera llamado a formar parte del Gobierno tendría que abandonar la alcaldía de Madrid y sería sustituido no por el vicealcalde Manuel Cobo, su fiel escudero y ariete contra Esperanza Aguirre, que no lo consentiría, faltaría más, sino por Ana Botella, esposa de José María Aznar. Pero esa ya es otra historia.

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