Opinión

El G-20 mira a Europa

Cuando comience la cumbre del G-20 en Cannes se conocerá el resultado de la reunión que Nicolas Sarkozy y Angela Merkel habrán mantenido con el primer ministro griego Yorgos Papandreu a quien habrán tratado de convencer para que retire su propuesta de celebrar un referéndum sobre los recortes a aplicar para recibir la ayuda urgente que necesita su para evitar la quiebra. Es previsible que el primer ministro griego siga adelante con su propuesta, porque ya no se puede volver atrás y que su órdago centre toda la reunión en la que, por otra parte, cada país, zona o cada grupo de países llega con sus propuestas para resolver la crisis que afecta a la Unión Europea y hacia la que miran el resto de países que no pertenecen al Viejo Continente para que resuelva de una vez por todas sus problemas de deuda, porque de su solución depende que las turbulencias económicas y financieras no acaben afectando a la consolidación de su desarrollo incipiente. Algunos, incluso, llegan a Cannes con la chequera dispuesta para contribuir a llenar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, que hay que llenar hasta un billón de euros, por si es preciso utilizarlo para nuevos rescates.

España sobre la que ya no existen dudas acerca de su pertenencia a este grupo llega sin propuestas originales, pero con los deberes hechos, no solo por las reformas emprendidas, avaladas y reconocidas, sino que después de los acuerdos europeos del 27 de octubre que trataron injustamente a la banca española, esta ha respondido dando muestras de su solvencia al asegurar que no tendrá que recurrir a fondos nacionales o internacionales para cubrir las nuevas exigencias de capital de primera calidad. Las próximas elecciones y el compromiso del previsible ganador de poner todo el empeño en el cumplimiento de los objetivos de déficit público, con los recortes que puede conllevar, son argumentos contra el contagio por la crisis griega, que el referéndum griego puede acercar.

La preocupación por la crisis europea y por las malas previsiones de crecimiento anticipadas por la OCDE y el FMI provoca también que los países emergentes comiencen a temer que la debilidad de las economías de los países desarrollados contribuya al debilitamiento del comercio global. Y en el fondo del debate entre los líderes del G-20 subyace las diferencias sobre el modelo a aplicar para salir de la crisis, si el estadounidense de estímulos fiscales para crear empleo, o el impuesto por la Unión Europea de consolidación fiscal, mientras que todos ellos piden a los países emergentes y a los desarrollados que gozan de mejores condiciones –Alemania, Canadá, Australia, Corea del Sur, Indonesia, entre otros- para que animen el consumo y evitar que del estancamiento no se pase a una nueva recesión.

Y ante esta circunstancia de los problemas europeos, las discrepancias con Estados Unidos, las miradas a China, convertida en banquero del mundo, y a Japón, dispuesto también a prestar dinero, se olvidan algunos de los objetivos primigenios de estas reuniones, como establecer una disciplina para el sistema financiero y la propuesta que ha defendido últimamente Durao Barroso de establecer una tasa para las transacciones financieras, que cuenta con muchos detractores. Una lástima.

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