Era uno de esos días en que la grada puede ser jurado popular. Una jornada en la que todo el actual proyecto del Celta se sometía a una nueva prueba de estrés en base a la opinión pública. En la que se podría medir el desencuentro entre la afición y un equipo que no acaba de darle alegrías. No en vano, se venía de cuatro derrotas seguidas.
Siendo viernes noche, era de esperar que no se alcanzasen las cifras de otras noches. Además, la intensa lluvia volvía todavía más épica la decisión de ir a pasar dos horas a Balaídos sin tener demasiado claro sin el final iba a ser feliz. Pese a todo, se reunieron en el estadio más de 18.000 personas, que sirvieron para dar respaldo a un equipo que no las tiene todas consigo, dado el pésimo historial de este año.
También era una buena prueba de fuego -de lluvia- para el césped. El cuarto verde que luce Balaídos esta temporada permitió que el Celta, por una vez, apostase por tener el balón y circularlo. Si no lo consiguió a la velocidad precisa no fue por culpa del césped.