Opinión

La disputa por la mascota

Pues, dilecta leyente, recientemente asistí profesionalmente a un joven acusado de violencia de género. “Cosa de novios”, decían los partidarios del chaval. Y esta pretendida justificación, me recordaba cuando no hace tanto considerábamos el acoso escolar también como cosas de niños; hasta que se produjeron los primeros suicidios. Y es que cada edad tiene su propia problemática que hay que atender, pues sería un error considerar que solo los adultos tienen derechos y, por ello, les corresponde gozar en exclusiva de la protección de las leyes. 
El motivo de la gresca fue la disputa por el perro. Al parecer el bicho era de él, pero, al haber vivido en pareja, lo compartían, como el champú y la taza del wáter. La cuestión es que la relación sentimental se había roto  y ella desapareció llevándose la mascota. Ese día él la sorprendió paseando a “Pancho”, exigió “derecho de visitas”, y se armó el belén. Ambos tiraban del perro, cada uno por su lado, y en el  forcejeo perruno la chica llegó a caerse al suelo; hasta que llegó la  bofia y a instancias de la joven se llevaron al maromo rumbo al talego.
Al poco tiempo compareció ella en las Dependencias Policiales, rogando que lo soltaran, pues no iba a presentar denuncia y, como era de esperar, le tomaron declaración recogiendo sus manifestaciones exculpatorias. Aquí se presentaba un dilema. ¿Bastaba con el perdón de la perjudicada para su puesta en libertad y aquí paz y después gloria, como si se tratase de un delito privado, o al tratarse de un supuesto delito perseguible de oficio el atestado debería continuar hasta que se señoría decidiera? ¿Y procedía dejar en libertad al detenido con obligación de comparecer al día siguiente en el Juzgado, o a pesar de la declaración exculpatoria de la supuesta víctima, no existir parte de lesiones y carecer de antecedentes, debería hacérsele pasar por el mal trago de pasar la noche en el pulguero y ser trasladado esposado en la lechera policial al día siguiente?
El subinspector justificaba su decisión, en la responsabilidad que asumía si al ponerlo en la calle agredía a su ex novia, sin plantearse la responsabilidad que asumía también en el caso contrario, por supuesta detención arbitraria, al retenerlo privado de libertad sin motivo suficiente. Como abogado, tras agotar mis habilidades dialécticas, informé a mi cliente, la madre del chavea, que el único recurso que quedaba era plantear un “habeas corpus”, con el consiguiente incierto resultado para todos. Al final decidimos que, dada la hora, lo mejor era dejar descansar a su señoría para que por la mañana, relajada y despejada, pudiera resolver en justicia; como así fue.
Resuelta la cuestión penal, queda la civil, o sea, los derechos de las partes sobre “Pancho”. Para ello habrá que recurrir a la pionera sentencia de la Audiencia de Badajoz, que, a su vez, tomando como base la custodia compartida de los humanos, aplica la propiedad compartida del animal. Cuestión que habrá que tener en cuenta, hoy que en las separaciones, nulidades y divorcios la pelea en los tribunales, más que por la atribución de la custodia de los hijos, es por quién se queda con la mascota, Yendo más lejos, ¿no debería ser oído el animal, al respecto?
El caso Banderas y Melanie es el prototipo de lo que estamos diciendo, y el sacrificio del perro de la enfermera del ébola demuestra hasta que punto se puede querer a un animal, aún a riesgo de que pueda estar contaminado.
En fin, así las cosas, sólo se me ocurre recomendar a los anti taurinos que inicien una campaña, cuyo eslogan podría ser: “Apadrine un becerro”.

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