Insólito viaje a Groenlandia para hermanar Vigo con una aldea de 1.500 vecinos

A lo largo de estos años, en Vigo hemos asistido algunas peregrinas propuestas adobadas algunas en las Casas Consistoriales y otras en el vecindario, desde las que me ocuparé con calma en su momento, desde incorporarnos a la red de Ciudades de Alta Montaña y montar un teleférico desde el Castro al Berbés, a unirnos a la “Asociación de Ciudades Napoleónicas,” por la Reconquista el 28 de marzo de 1809.

Soto, a su llegada a Groenlandia.
Soto, a su llegada a Groenlandia.

Pero ninguna como aquella idea que supuso en 1983 el hermanamiento de Vigo con la población de Narsaq, una aldea hoy de 1.700 vecinos, y entonces de 1.500, en la lejana Groenlandia. El lugar cuenta hoy, aparte del ayuntamiento, con dos supermercados, un templo, un cuartel de bomberos, una comisaría, una escuela primaria, un cibercafé, un centro de salud y algunas tiendas. Pero entonces, como relataron los expedicionarios, ni eso. O sea, que no había mucho donde pasar el tiempo.

En groenlandés Narsaq quiere decir “llanura” o terreno plano, como debía de estar el cerebro de quienes llevaron a cabo aquel disparatado viaje cuyo costo real nunca se supo del todo para las arcas municipales, pero que pasó del millón y medio de pesetas de 1983. A este episodio le dedicaré dos capítulos, el viaje en sí y, el todavía más insólito, viaje de vuelta de la alcaldesa del lugar, una respetable dama Agenette Nielsesn que fumaba puros.

La historia comienza con un singular personaje en Vigo que decía ser experto en relaciones internacionales que convenció a Soto de que la demanda de caladeros para la flota viguesa se podría paliar mediante el establecimiento de relaciones con un lejano lugar, la localidad groenlandesa de Narsaq. En una de las diversas conferencias de prensa en las que el alcalde Manuel Soto fue explicando el proyecto anunció que la gestión que personalmente iba a emprender con un pueblo de Groenlandia, bajo jurisdicción danesa era de importancia extraordinaria, y que estaban en juego “intereses enormes”.

En aquellos días, Manuel Soto quiso implicar al director general de Pesca, Fernando González Laxe, quien trató de mantener una postura prudentemente distante de lo que luego resultó una gran quimera, pues ni hubo acuerdo pesquero, ni cuotas de pesca ni nada de nada, porque el asunto, en todo caso, dependería del Gobierno de Dinamarca.

Pero el viaje se montó a todo trapo y estuvo orlado de episodios a cuál más pintoresco. Para ir de Vigo a Groenlandia hubo que alquilar un costo jet privado. En la expedición, además de Soto, se incorporaron Carlos Núñez del PC, Paco García de Esquerda Galega y Riera por la derecha. Llevó además a dos periodistas locales, uno por la Asociación de la Prensa y otro de otra asociación de efímera vida, además del presidente de la Cámara de Comercio de Vigo, Fernando Casuso.

El viaje fue una divertida excursión, según contaron luego alguno de los expedicionarios, quienes se llevaron la primera sorpresa de que, dado que en Narsaq se hacía vida interior, adecuadamente confortable, sus gruesos jerseys y ropas de abrigo resultaron excesivos. En una de las escalas de viaje de vuelta se contaba un lance en una escala intermedia y otras secuencias con los problemas para el cambio a la hora de hacer compras y gasto ordinario, por lo que hubo que usar la tarjeta con crédito de uno de los expedicionarios que se puso a temblar, pues no se disponía de la adecuada provisión de fondos (El Concello paga sus facturas a posteriori),cuando en un fallido despegue de regreso, hubo que arrojarse el combustible por seguridad y reponerlo para nuevo intento.

La rueda de prensa de los retornados fue sencillamente un pasaje de los hermanos Marx, ya que tuvieron que improvisar una historia fantástica que jamás se realizaría, pero todavía nos faltaba el episodio de viaje de la alcaldesa de Narsaq, a la que Manolo Soto le encendía caballerosamente los puros con suma cortesía en la sala de conferencias del concello, correspondiendo a quien fuera su anfitriona en el viaje de ida.

Fernando González Laxe, quizá por no dejar en ridículo a un compañero de partido, se mantuvo discretamente al margen, y con el tiempo sabríamos que al publicarse en la prensa nacional la aventura viguesa en Groenlandia, un diplomático danés se preguntó si el alcalde de Vigo estaba en sus cabales al suponer que la alcaldesa de una pequeña población costera de Groenlandia tenía competencias para promover acuerdos pesqueros.

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