La sucesión de Francisco
La Iglesia católica debe decidir en su próximo cónclave si se reafirma en el camino emprendido por el Papa Francisco que la izquierda política identifica con su predicamento progresista o realiza un viraje de regreso a la tradición eclesiástica más conservadora y ortodoxa, según los postulados de la derecha. Pero conviene recordar de entrada que el Papa de los necesitados, de los pobres, de los débiles y de la paz es el Pontífice común de la Iglesia de siempre que predica la justicia social y la fe en Cristo, ya sean Francisco o su sucesor, Ratzinger o Juan Pablo II. El papado de Francisco sacudió el Vaticano para abrirlo a los tiempos nuevos de un mundo en constante evolución y sobresalto, lo que provocó las críticas de algunos sectores de la Iglesia pegada a siglos de hermetismo. El empeño de Francisco en actualizar el mensaje para contrarrestar la crisis global de la religión católica frente al avance del islamismo radical que en ocasiones se hace acompañar de la violencia terrorista llevó a la confusión social y política en torno a la profunda vocación pastoral de la doctrina de Francisco, quien predicaba el entendimiento entre religiones y las distintas formas de entender la vida. Quizás la izquierda se ha equivocado en la apropiación indebida del legado de un Papa al tratar de convertirlo en su Pontífice revolucionario por la proximidad a posicionamientos tales como el cambio climático, los flujos migratorios y el pacifismo conceptual frente a la incomprensión de las guerras. La gran virtud de la Iglesia a lo largo de los siglos ha sido cambiar sin cambiar demasiado para adaptarse a los tiempos, orar la palabra de Dios desde la liturgia escrita de la Biblia eterna y predicar el Evangelio con el espíritu tradicional del cristianismo histórico. Francisco irrumpió con un discurso aperturista donde la condena de los abusos sexuales, de las injusticias y del populismo político sin distinción ideológica le convirtió en un Papa de verdades incómodas y acciones arriesgadas. Pero del mismo modo, Francisco mantuvo la posición inmovilista y tradicional de la Iglesia contra el aborto, lo que según la demagogia partidista no es progresista.
El papa Francisco recibió una prórroga de la enfermedad y de Dios para predicar su palabra en Semana Santa. La medicina y la fe le dejaron vivir lo suficiente para impartir el Urbi et Orbi y para reunirse con el vicepresidente estadounidense Vance, ya con las huellas de la muerte en su rostro y el cansancio de la vida en su expresión. Francisco se marchó con la satisfacción moral del deber cumplido y con el juicio de su obra pendiente de continuidad y sucesión. Jorge Mario Bergoglio, forofo argentino y jesuita, vivirá en la memoria de la Iglesia como un Papa enfrentado a la crisis de la religión católica, que fue militante de la fe y no un ultra de la política. Quién sabe si su sucesor será negro, blanco o colorado, africano, asiático, europeo o americano. Pero en la oración por su alma debemos prescindir del color y origen de su credo y rezar porque la Iglesia no se equivoque, que no suele.
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