Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
El fallecimiento de un personaje de tanto peso específico en la música popular como el de Manolo de la Calva, mitad justa del incomparable Dúo Dinámico, plantea la reflexión ineludible de que es necesario y de ley procurar que esa generación pionera a la que pertenece y en la que modestamente trataría de incluirme yo mismo por mi entusiasta cultivo de sus virtudes musicales, no se fuera de vacío como se ha ido él, un personaje notable y merecedor de ser altamente recompensado no solo con el reconocimiento popular que sí lo ha sido, sino por una aportación institucional sincera y respetuosa que recompense su innegable contribución a mejorar el arte y la cultura. Porque cultura y de la buena es la obra y trayectoria de Manolo de la Calva y, aquello que distinguió a esos valerosos representantes de una promoción de compositores, músicos, letristas e intérpretes que marcaron la frontera entre lo cañí y el nuevo pop y que por desgracia están –estamos diría yo- en la pista de despegue.
La generación que plantándole cara al franquismo apolillado y decrépito que tildaba de maricones a todos los que llevábamos el pelo largo, que colocaba pañoletas en los escotes de las artistas para ocultar el canalillo, que doblaba al castellano las películas extranjeras añadiendo textos propios que modificaban los guiones para que no se produjeran situaciones escabrosas, que obligaban a los cámaras de televisión a subir el tiro del plano para que a las bailarinas no se les vieran las bragas y que tenían a un comisario político en que cada obra de teatro o en cada concierto yeyé, consiguió triunfar ante tanta ignominia e imponer un nuevo tipo de música, legitimar la irrupción juvenil y estabilizar su estilo luchando a brazo partido con la censura. Ese esfuerzo no ha sido reconocido de manera oficial ni ha recibido el cariño, el respeto y la admiración institucional como se merece y como sería deseable. El Reino Unido, cumbre mayoritariamente aceptada de una revolución artística, cultural y social que brotó en la década de los 60 de los rescoldos incandescentes de una terrible guerra, ha sido generosa y adorable con sus ídolos juveniles hoy ya ancianos de ochenta años, dedicándoles un cariño y un reconocimiento ejemplar. Nosotros no lo hacemos probablemente y por desgracia, porque a los que mandan de uno y otro lado, no les da la gana.
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