La Gürtel del sanchismo

Publicado: 22 jun 2025 - 05:00

El PSOE, pese a sus viejos casos Flick y pese a sus cloacas antiterroristas, se vistió hace unos años con la túnica blanca de la honestidad y afirmó que acudía a la salvación del país frente a un PP tan corrupto que su sede era una charca infecta. “Drain the swamp” (drena la charca) no era ya sólo el grito de guerra de los trumpistas americanos, sino también el de los sanchistas españoles. La moción contra Soraya -porque Rajoy estaba en un bar cercano tomando whisky- iba a liberarnos de un nivel tan tóxico de corrupción pepera que estábamos al borde de ingresar en la UCI política. No han pasado demasiados años de aquel episodio, que llevó a La Moncloa a un tipo sin escrúpulos, un superviviente de baja calaña sin más proyecto que la permanencia en el poder. Hay dos teorías para explicar lo que ahora está sucediendo (la tercera, que todo es mentira y se debe a una pura persecución política, debe descartarse por estéril, mágica y naïf).

La primera teoría es que Sánchez no sabía nada. Ni de lo de su hermano, ni de lo de su esposa, ni de lo realmente mollar, que es toda la trama abyecta y vomitiva de Koldo, Ábalos y Cerdán. Por más aversión que se le tenga a Sánchez, esta teoría me parece posible, pero no le exonera en absoluto y hasta hace más grande su culpa. No estaríamos ante un desconocimiento sincero, ante una mera falta “in vigilando”, ante un tenue delito de torpeza, sino ante la voluntad consciente y deliberada de no saber, de dejar hacer a los suyos, de no querer enterarse. En la psicología torcida de este tahúr, ese desconocimiento le permite escenificar la cara larga, las ojeras, el rictus de mártir y las lágrimas de cocodrilo, librándole de lo que en realidad le preocupa: asumir responsabilidades conducentes al abandono del poder.

La segunda teoría, la que impulsan la oposición y sus medios, es simplemente que Sánchez sí ha sabido todo siempre y es el capo supremo. Y que seguramente se habrá lucrado en lo personal y algún día saldrán las cuentas. Y que además el propio partido político se habrá financiado ilegalmente. Esta segunda teoría sitúa en pie de igualdad al PSOE sanchista con el peor PP gürteliano.

Y esa igualdad deja a la ciudadanía inerme ante la bimafia bicriminal del bipartidismo. Desparecido Ciudadanos, contaminada por asociación la izquierda radical habilitante del sanchismo y manchados de refilón partidos tan serios como el PNV o Coalición Canaria -porque la añorada Convergència ya es historia pisoteada en el engendro de Puigdemont-, pareciera que no queda nada, y eso es lo que aprovechan los neofalangista para negar la mayor y aprovechar una favorable ventana de Overton sosteniendo que “sólo queda Vox”. Un gobierno del PP en el que Vox tuviera poder, carteras y presupuesto sería una aberración abominable de la misma magnitud que un gobierno del PSOE en el que Sumar o Podemos dispongan de eso mismo. La situación del país es tan delicada, a causa de la corrupción estructural profunda de sus dos grandes partidos, que paradójicamente haría falta una “grosse koalition” muy seria para drenar la doble charca de una vez por todas. ¿Por qué un gobierno de unidad? Porque cualquiera de esos dos partidos es incapaz de hacerlo solo, y mucho menos si depende de aliados extremistas. Y porque serán imprescindibles leyes nuevas -por ejemplo para hacer realmente democráticos los partidos y transparente su funcionamiento y sus finanzas-, que sólo un Ejecutivo conjunto, con amplísima mayoría, podría llevar con éxito a las cámaras parlamentarias y a las de televisión. La traba total a esa coalición salvífica es nuestra partitocracia. Es el ansia del PP por gobernar a cualquier precio y coaligándose con el mismo demonio si hace falta. Es el ansia del PSOE por mantener el poder a cualquier precio y reeditando la coalición con la extrema izquierda radicalizada. Es el odio visceral que se tienen ambos pese a lo parecidos que son. La línea roja debió ser, en su momento, la constelación de coaliciones con comunistas y neofalangistas desarrollada a todos los niveles de gobierno por las élites de Ferraz y Génova. Son coaliciones espurias, inmorales y devastadoras. Lo son en una medida aún mayor que la propia corrupción, por sórdida que ésta haya llegado a ser. Hoy el barro alcanza niveles de auténtica pocilga, basta escuchar los audios repulsivos de la trama de Cerdán.

España necesita urgentemente un nuevo CDS, un nuevo Ciudadanos. Pero eso tarda, y necesita también, más urgentemente aún, un relevo en PP y PSOE que permita un acercamiento de mínimos para contener al Orbán hispano con barba de chivo, por un lado, y a los temibles commies estalinistas por el otro. La amarga realidad es que ninguna de las dos cosas va a suceder. Ni habrá un nuevo centro que meta en vereda al PPSOE ni, mucho menos, habrá una gran coalición entre sensatos de ambos partidos. No tenemos remedio. Saltamos de Gürtel en Gürtel, ya sean progres o conservas, y la alternativa es escalofriante: caer en las garras de los extremos antidemocráticos que nuestra Historia relegó a sus páginas más oscuras. Qué desastre.

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