Opinión

La clase política habla cada vez peor

Hace unos días, el señor presidente del Gobierno, doctor Sánchez, terminó uno de sus discursos de este modo: “Punto y final”. Y se quedó tan pancho (por lo visto no se acordaba de aquello del “punto y seguido, punto y aparte y punto final”). Por los mismos días, la señora ministra de Trabajo, Yolanda Diaz, empezaba su intervención en un acto público de esta guisa: “Autoridades, autoridadas, autoridades…”, sin inmutarse. Son apenas dos ejemplos notables de los estragos actuales que la quiebra sucesiva de la escuela española viene generando en la formación ordinaria del país. Sánchez, quien ya nos sorprendió al afirmar que Antonio Machado era de Soria, es sin la menor duda uno de los más pertinaces usuarios de un estilo de hablar incorrectamente. Pero no el único. Lo de la ministra comunista tiene otra lectura, pues sin duda, en la senda de su Camarada Montero, iba por la vereda del lenguaje inclusivo y “queer”, sin darse cuenta que autoridad es ya femenino.

La clase política española, en general, usa el idioma de modo atroz, al margen de la norma ordinaria que antes aprendíamos en la escuela. Es precisamente en el Congreso de los Diputados, donde otrora fuera templo de la oratoria, el espacio, el gran recipiente donde emergen todas las incorrecciones conocidas y por conocer. El poeta hondureño Livio Ramírez, miembro de la Academia Hondureña, es uno estudiosos que con mayor preocupación ha denunciado el mal uso del habla que, en su país, y en el resto del mundo hispánico, hacen los cada vez más ignorantes políticos. Su juicio, inicialmente referido a su propio país, es extrapolable a todo el mundo donde se habla español: “El estamento político evidentemente ha hecho del idioma lo que quiere, lo usa muy mal, confunde a la gente y además lejos de dar signos de querer apropiarse de los instrumentos que permitan la emisión de un mensaje claro, convincente y propositivo, cada vez se hunde en una dimensión irracional, casi de desprecio por el idioma español”.

Claro que, si los políticos son la vanguardia del mal uso de la lengua, algunos periodistas en general no van a la zaga, cuando no los adelantan. Hablar y escribir bien es cada vez más una excepción. No se trata de exigir a los políticos o a los periodistas que escriban o hablen de modo sublime, sino al menos respectando las reglas de la sintaxis, la prosodia y la ortografía. Pero, a mi entender, el problema viene de la escuela. En Francia se han dado cuenta de ello y se han vuelto a introducir procesos que en España se consideraron superados hace tiempo con respecto al ejercicio del dictado, las repeticiones, el uso público del habla y otros ejercicios que sí conocimos otras generaciones.

Recientemente, una profesora de lengua se refería al motivo de fondo del mal uso de la lengua que se aprecia en la política o en los medios, señalando que, en no pocas ocasiones, no sólo se debe a ignorancia u olvido de las reglas, sino a algo peor “motivos ideológicos”; es decir, que se considere que lo “moderno” es sustituir palabras, giros o acepciones porque eso es lo que se exige en nuestro tiempo. Los defensores de esta “modernización” argumentan que el lenguaje es una “construcción social” y que es inevitable que ello influya en su uso. Por eso consideran normal decir “tupper” en lugar de fiambrera o “bol” en lugar de tazón o ensaladera.

Tras ejercer el periodismo en prensa y radio 25 años, en los otros 23 siguientes en que fui profesor universitario fui testigo de los efectos que, incluso sobre alumnos brillantes, han causado la escuela y la sociedad moderna en el andamiaje de una persona a la que se supone poseer una estructura segura. Aparte de la frecuencia de escritos con falta de ortografía, ausencia de concordancia, confusiones sobre el significado de las palabras, escasez de léxico y otras carencias, en mi experiencia desoladora me encontré a alumnos que ignoraban el significado de expresiones como “sin solución de continuidad”, “clave del arco” o el verbo enjugar. Cierto que había también excepciones notables, casi siempre fundamentadas en la lectura y la reflexión. O volvemos al inicio o esto va a ser cada vez peor.

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