Javier Arnau
El sector naval, “de dulce”
La capacidad de producir biológicos en suelo europeo dejó de ser una cuestión técnica hace tiempo. Hoy es una cuestión de soberanía. Mario Draghi lo señaló con claridad en su informe: Europa no puede seguir confiando en que otros fabriquen lo que necesitamos para proteger nuestra salud y nuestra economía. La advertencia es directa y exige una respuesta madura.
Vivimos una década en la que la competencia global se acelera y las cadenas de suministro muestran vulnerabilidades que no siempre vemos, pero que la industria siente cada día. Por eso la pregunta incómoda, pero inevitable, es esta: ¿queremos contar con una biotecnología fuerte o vamos a permitir que decisiones esenciales se sigan tomando fuera de Europa?
Quienes trabajamos en esta industria sabemos que el valor social que cubren los medicamentos que desarrollamos es la razón de ser de nuestra existencia. Pero la industria farmacéutica no solo previene y cura: crea estabilidad, impulsa conocimiento y sostiene miles de empleos de alta cualificación. Cuando un territorio dispone de capacidades propias, gana autonomía para proteger a sus ciudadanos y también para proyectar riqueza y reputación. Cuando renuncia a ellas, depende de que otro país decida darle prioridad.
Europa ha perdido terreno. Hoy apenas una decena de empresas fabrica biológicos a gran escala en todo el continente. Esta cifra revela la fragilidad de un modelo que, durante demasiado tiempo, confió en exceso en la globalización. Y la globalización aporta eficiencia, pero no siempre aporta seguridad. Abrirse al mundo no es lo mismo que depender de él.
España —y especialmente Galicia— demuestran que existe otro camino. Aquí vemos cómo el talento que sale de nuestras universidades, el trabajo de los centros de investigación y el desarrollo de empresas del sector permiten competir en mercados exigentes. No se trata de optimismo: se trata de hechos, de proyectos y de una constancia que empieza a traducirse en fortaleza industrial.
Creo firmemente en la relación entre industria y territorio. No por romanticismo, sino porque funciona. Innovar desde aquí nos ha permitido atraer perfiles científicos, afianzar capacidades, generar nuevas oportunidades y mantener una identidad clara, también cuando llevamos nuestra tecnología al exterior. La industria es más fuerte cuando no olvida el lugar donde aprendió a hacer las cosas bien. En Zendal lo vivimos cada día.
Algunos siguen confiando en que la globalización resolverá cualquier escasez. Pero la experiencia muestra lo contrario. Los países que preservan su capacidad industrial reaccionan antes y con más eficacia. Los que la han perdido dependen de decisiones ajenas, y eso se nota tanto en momentos de tensión como en tiempos de estabilidad. Las instituciones públicas son clave en este debate. Cuando la estrategia es firme y el apoyo es estable, la inversión privada responde con más fuerza. Cuando no lo es, el talento se desplaza, la industria se frena y el futuro se reduce. La cooperación entre administraciones, empresas y universidades es la única vía para convertir la biotecnología en un motor real de progreso.
Galicia conoce ese recorrido. Su clúster biotecnológico, surgido en 1939 con los primeros laboratorios locales, ha avanzado sin ruido, pero sin pausa. Ese legado nos permite competir hoy en sectores que antes parecían inalcanzables. No aprovechar esa ventaja sería un error histórico en un momento en que Europa busca socios capaces de aportar estabilidad y conocimiento.
Europa debe decidir qué papel quiere jugar. La autonomía biotecnológica no es un capricho ni una consigna: es la capacidad de garantizar bienestar, crecimiento y seguridad. Y las decisiones importantes no admiten demasiado aplazamiento. Si queremos un futuro más fuerte, tenemos que empezar a construirlo ahora.
Contenido patrocinado
También te puede interesar