La carencia es necesaria
Qué poco se ha escrito sobre la función de la carencia en ese juego dinámico y complejísimo de incentivos y desincentivos de todo tipo al que normalmente denominamos “economía”. Y sin embargo, si la economía es ante todo, como señaló tan acertadamente Ludwig von Mises, la plasmación de la simple acción humana, es decir, del conjunto de actos e interacciones que los seres humanos realizan en un orden espontáneo y desintervenido, entonces no cabe duda de que la existencia de carencias, en el sentido más directo y amplio, es crucial para entender ese accionar. A fin de cuentas, todo intercambio libre, carente de coerción, se produce como resultado del acuerdo entre dos o más que buscan, invariablemente, paliar alguna carencia. Cuando las carencias son diferentes y cada parte puede ayudar a reducir la de la otra, surge espontáneamente el acuerdo. Sin embargo, muchos economistas, incluso discípulos de Mises, se han fijado más, a la hora de aprehender el concepto de acción humana, en aspectos como el excedente o la función empresarial. Y sin embargo, el excedente tiene por objeto intrínseco, aunque no suficientemente expuesto ni explicado, paliar una carencia ajena para, a cambio, obtener los bienes o servicios que paliarán una o varias carencias propias. El capitalismo es el sistema de economía política más justo y solidario que existe, quizá incluso el mejor imaginable, porque el lucro legítimo responde a la satisfacción de los intereses de otros. Lo novedoso es el enfoque más actual: esa satisfacción consiste en ayudar a otro a cancelar carencias.
La economista lituana Elena Leontjeva fue una de las artífices principalísimas de la nueva moneda de su país tras la recuperación de la independencia frente a la URSS, en septiembre de 1991. Contra todo pronóstico, Leontjeva y sus compañeros fueron capaces de diseñar una moneda fuerte y estable, suficientemente respaldada pese a ser (porque no hubo alternativa en el contexto mundial de entonces ni en el de ahora) simple dinero “fiat”. Décadas más tarde, la hoy presidenta del Instituto Lituano de Libre Mercado, uno de los mayores think tanks liberales de Europa, libra una importante batalla intelectual para posicionar todo un conjunto de ideas-fuerza y hallazgos académicos en torno a la carencia, la falta, la ausencia, la escasez. Todas estas palabras trasladan a nuestra lengua una idea que todavía es imperfecta de lo que Leontjeva y un nutrido grupo de economistas, pero también de antropólogos y representantes de otras disciplinas en el ámbito de las humanidades, quieren expresar. Estamos seguramente ante la eclosión de lo que bien podría denominarse en el futuro la Escuela de Vilna o la Escuela Lituana, una corriente de raíz económica, claramente seguidora en su esencia del insigne legado de la liberal Escuela Austriaca, pero holística y multidisciplinar en su visión del fenómeno que le da sentido.
El hallazgo clave es revolucionario: aunque la acción económica humana se orienta a combatir las situaciones de carencia, y aunque el rol crucial de los empresarios consiste precisamente en descubrir productos y servicios que sirvan a ese fin, paliando situaciones concretas de carencia en un momento y lugar, para una persona o muchas, lo cierto es que la eliminación total de la carencia, mediante la intervención “top-down” del poder político, es un error. Y hacia ese error nos llevan, a toda velocidad, no sólo la izquierda sino también buena parte de la derecha e incluso algunas corrientes liberales no “austriacas”. Proyectos como la renta básica universal (RBU) son expresiones inminentes y peligrosas de ese error tan grave. También puede serlo la lógica subyacente en las propuestas de tributación inversa que diseñó la Escuela de Chicago. Sin carencia no hay propósito para el “homo oeconomicus”. O, dicho de otra forma, la principal carencia es la carencia de carencia, pues ésta es el acicate imprescindible y aun el material con el que todo agente económico, quizá sin ser muy consciente de ello, trabaja para desarrollar todo su proceso creativo y competir por generar la excelencia necesaria. Ésta, al derramarse sobre la sociedad, aporta tangencialmente un beneficio general que resulta infinitamente superior al de las decisiones de cualquier comité de sesudos planificadores.
Leontjeva, junto a investigadores de la talla de Vyšniauskaitė, Vainė, Kardelis, Plėšnys o Rumšas, entienden la carencia como un elemento constitutivo del tejido mismo de la realidad. Por lo tanto, informa el accionar humano y es consustancial al mismo, siendo devastadores los efectos de la distribución centralizada de todo, que algunos aún proponen, e incluso el anhelo de una futura hiperabundancia tecnológica basada en la sustitución del esfuerzo humano por el imperio de una inteligencia artificial que sin duda resultaría alienadora de nuestra misma razón de ser. Vivir sin esfuerzo, sin carencia, con todos los deseos satisfechos por un poder superior, es proyectar al futuro cibernético el mito fallido de la Arcadia, que es demoledor para la responsabilidad y, por ello, para la libertad.
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