La bomba retardada
Del mismo modo que supuse en su momento que el juez encargado de dilucidar el caso de Rubiales y su beso a Hermoso se había pasado de la raya al mezclar su magistratura con una buena porción de comentarios y sentencias dirigidas a los actores del proceso que no venían al caso y que sugerían un comportamiento prepotente y excesivamente autoritario, añado con carácter personal que una vez aparecida la sentencia me parece ponderada y sensata, porque la situación no podía sobredimensionarse sin mesura como se apreciaba en la actuación de la acusación pública, excesivamente empeñada en convertir una metedura de pata en un escarnio público que sirviera de ejemplo por los siglos de los siglos para que a nadie se le pasara por la cabeza repetir la suerte.
Rubiales es un sujeto por completo impresentable y absolutamente descalificado desde el primer instante para ejercer el cargo. Y sus gestos y ademanes, su dialéctica y su sospechoso grado de cerrilidad ampliamente certificado en sus intervenciones públicas le convertían en una bomba de espoleta retardada puesta para estallar en cualquier momento y ponerlo todo perdido. Pero cierto es también que alguien lo puso allí, porque no es un proceso natural que semejante ejemplar con semejantes limitaciones llegue a desempeñar el cargo que ha desempeñado y de cuyo desempeño queda todavía mucha tela por cortar. Y ese es, en mi modesta opinión, el meollo de todas las cuestiones.
El beso en los labios con tirón de orejas incorporado forma parte de un comportamiento teñido de zafiedad que sintoniza con un sujeto maleducado y sin formación alguna, al que la delicadeza, el respeto, la sensibilidad, el estilo, la educación, la gentileza y el cariño le son completamente ajenos. Las fotos de este personaje vestido a la usanza del Golfo Pérsico, tomando el té en compañía de jeques con el meñique extendido, forma parte ya de la galería de ridículos nacionales de alto grado. Pero repito, nadie llega a estas esferas sin la ayuda y el respaldo de grupos de poder –políticos, económicos, sociales o todo a la vez- que le han elegido para servir a sus intereses y a los que la elección se ha convertido en un tiro que sale por la culata. La siguiente maniobra es quitárselo de encima y no dejar huellas.
Esta es una historia con final amargo y con un pobre de pedir que un día se creyó el más listo. Pobre incauto.
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