Un sufrido empate en el fútbol sin sonreír
El Celta, sin energía sobrante, sacó un empate de Oviedo tras un partido plano en lo ofensivo para cerrar el año
Lo visto no da para más que un 0-0. Por falta de pegada del Oviedo y falta de energía del Celta, que cierra el tramo de nueve partidos en 28 días con un punto. El equipo ha aprendido a jugar sin sonreír. Y sigue mostrándose muy difícil de batir, a la espera de que el parón le devuelva frescura. Sobre todo, mental.
Hay días y días. Los hay festivos sin fiesta. Los hay laborales con aire de celebración. Los hay con magia. Los hay más prosaicos que una enciclopedia. Se supone que saber vivir todos es la clave de la tranquilidad. Que no de la felicidad. El Celta ha aprendido a jugar sin sonreír. A fruncir el ceño y seguir. A discutir internamente sin romper la buena sintonía a general. El sufrimiento como parte del juego.
No tiene energía sobrante el equipo vigués en este final de año. Lógicamente. No tanto física, sino más bien mental. Esa agilidad de cabeza que permite jugar con más ideas y más precisión. El Oviedo, tremendamente necesitado de una alegría, la buscó con todo el ansia que el Celta no tenía para superar la presión alta local. Pérdidas y pérdidas, sin perder las costuras. Cada vez más faltas locales y cada vez más ajustes tácticos -de salida de tres a salida de cuatro- para que la mitad del campo ovetense apareciese también en la pantalla del partido.
Lo mejor del bloque celeste en ese mal arranque es que el Oviedo no generó ocasiones claras. Mucha llegada por bandas -sin Bryan ni Swedberg demasiado activos en defensa y con los locales sacando ventajas en los espacios que explotaban mientras los visitantes no encontraban alguno que explotar- y mucho jugador cargando el área. Sensación de peligro más que peligro efectivo. De hecho, la mejor oportunidad fue visitante, con una buena acción de Bryan por su banda y un remate alto de Rueda al primer toque todavía dentro de los primeros cinco minutos. Por entonces, no se sabía que ese disparo iba a ser una rara avis en las dos porterías.
Sin precisión en los pases y sin capacidad de remate, todo el partido se resumía en el querer del Oviedo y en el reajustar del Celta en busca de sí mismo. Tres fueras de juego por equipo eran la metáfora perfecta de una primera mitad de esas que se llaman sobrias por no decir malas. La ventaja celeste era que tenía menos miedo que su rival y podía plantearse madurar el duelo, esperar a que al ímpetu local le entrasen las dudas de la mano del cansancio. Y de tener que frenar a los célticos a base de faltas, que fueron generando tarjetas amarillas. Eso sí, asumiendo que era un día escaso, sin conexión alguna con Ferran Jutglá arriba, sin pie certero de Miguel Román, Fran Beltrán, Marcos Alonso, Manu Fernández o Sergio Carreira en la salida. Sin los espacios para las piernas de Javi Rueda o Williot Swedberg. Pero con la eficiencia de Carl Starfelt como guía para el resto. Jugar sin sonreir.
El cuerpo técnico celeste trabajó en el descanso. Asentando el dibujo con cuatro atrás e intentando adelantar sobre el campo a Miguel Román para tener varias alturas en la posesión. Sin grandes alardes, el mejor resultado de lo hablado es que el ímpetu del Oviedo no fue tanto como en el arranque del duelo. Y hasta hubo un par de opciones de gol con Jutglá y Marcos Alonso en un saque de esquina.
La intención celeste estaba clara. Al menos, preocupar hasta poder intervenir desde los cambios. Porque de nuevo ganaban la partida las ganas locales frente a los ajustes tácticos visitantes. Porque en el cuerpo a cuerpo y en las segundas jugadas no había color. Sabiendo leer la permisividad en el contacto del árbitro.
En busca de control, aparecieron sobre el césped Moriba, por Beltrán, y Iago Aspas, por Bryan Zaragoza. Siguiendo con una disposición de cuatro atrás. Pero sin una referencia arriba capaz de aguantar el balón para favorecer una segunda oleada que nunca llegaba. Porque el campo seguía inclinado hacia la portería de Radu, con saques de esquina como antesalas del peligro. La incapacidad celeste para salir con criterio se mantenía. Las transiciones, con Aspas de lanzador, pasaban a ser el mejor argumento, tirando de las piernas de Jones por las de Swedberg cuando las de este se agotaron con una última ocasión.
Cazorla y Rondón personalizaron la última apuesta ovetense. Y el Celta continuaba sin leer bien el arbitraje. Entrando en un periodo de partido en el que suele funcionar más el corazón que la táctica. Salvo que esté por ahí Iago Aspas, que se encargó de enfriar el partido. Que no dio para más. Al igual que un Oviedo sin pegada; al igual que un Celta sin energía. Al igual que un 2025 brillante.
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