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El desengaño del arquitecto que no logra construir nada

La grada trató de pelear contra el frío, no tanto el ambiental como el que le contagió su propio equipo.
photo_camera La grada trató de pelear contra el frío, no tanto el ambiental como el que le contagió su propio equipo.

En una semana de planos, de proyectos, de diseños para cimentar el futuro, acabó viniendo el presente a dejar frío el celtismo. Se sentía esquinado, olvidado tras los oropeles del futuro Balaídos y de la futura ciudad deportiva y todo el mundo sabe que al presente le gusta ser protagonista, tener pendiente a todo el mundo en un eterno 'carpe diem' de vocación suicida pero bella. Eso no se planifica, se vive.
Con esa idea respondió ayer el celtismo acudiendo en buen número en la tarde de ayer a Balaídos en otra de esas tardes tan asiduas ahora de sol mentiroso. Pero era una hora propicia y el estadio registró un ambiente majo, como los de antes. Fútbol de domingo.
La previa tuvo su aquel, con la policía montada a caballo y unas cuantas vallas protegiendo, en la zona de las taquillas, a los cascotes caídos de la grada de Gol de las personas. O, mejor dicho, a la inversa.
Como si los ecos de la magna presentación de la nueva ciudad deportiva en Mos todavía no se hubiesen apagado, los dos mosenses de la plantilla celeste coincidían en el campo: Rubén Blanco y Brais Méndez. El segundo aguantó 45 minutos, siendo la primera víctima de la frialdad competitiva del Celta, que superaba la ambiental –que también tenía lo suyo–; el primero realizó alguna intervención de mérito levantando una amago de cántico con su nombre, un sonido que no se recordaba desde aquella irrupción del portero para salvar la permanencia hace más de cinco temporadas.
Río Alto seguía las evoluciones de un equipo anodino bajo media malla, a la espera de que dentro de un mes la cubierta ya sea un hecho. Ayer no hubo lluvia que lamentar, al menos.
El gol del Villarreal acortó la paciencia de la grada. Eso sí, cada falta de fe en forma de pitidos era seguida por una reacción de ánimo hacia el equipo, que no encontraba el ritmo que anhelaba una grada que comenzaba a temer que se quedaría helada.
Era el momento de que cada uno de los más de 18.000 espectadores presentes planificasen la construcción del edificio del partido. Unzué también lo hizo, realizando sus cambios con inusitada premura. Todos diseñaron un futuro inmediato mejor, pero se toparon con el palo de Mor. Los arquitectos del fútbol acabaron desengañados. Y fríos.n

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