El daño mental de la vivienda: “Me muero antes que ir a la calle”

Provivienda realiza un programa donde afectados por la salud mental conviven con el problema de no poder acceder a un hogar

Talleres para mantener la mente ocupada.
Talleres para mantener la mente ocupada. | Atlántico

El no poder acceder a una vivienda deja en las personas un daño invisible que pocos pueden encontrar. El alza de los precios introduce a varios vigueses en una espiral de ansiedad, miedos y precariedad que deriva en una carga mental que desborda y que castiga con diversas patologías. Por ello, Provivienda realiza una serie de talleres con el programa Saudade para que usuarios puedan no solo compartir sus experiencias con la búsqueda del hogar apropiado, sino también un asesoramiento especializado y talleres para que la mente se mantenga ocupada.

Francisco es uno de esos usuarios. De 76 años, y cobrando 565 euros al mes, su casera lo echó tras 16 años de relación contractual. Quería vender el piso y Francisco era un impedimento para ello. De repente, encontró un mercado no hecho para él: habitaciones que superaban los 500 euros, necesidad de aval o exclusión a personas mayores de 50 años. Solo por no ser el inquilino perfecto. “Estaba muy desesperado. No podía afrontar eso y me muero antes de irme a la calle”, aseguró. Tenía las cosas claras, pero un buen amigo le mostró que siempre hay una alternativa. “Llegué a pensar en desaparecer y este amigo llamó al 024 (número para paliar las conductas de suicidio), porque tenía muchos problemas personales y no dormía”, indicó. La inseguridad invadió a Francisco, que encontró una prórroga con la casera: “Me dio seis meses más, porque me porté bien con ella. Pero no comía, no podía moverme... Estaba fatal”.

Las alternativas que encontraba era una pequeña habitación de 450 euros en un piso compartido. Pero ni oportunidad tenía para eso. No porque no le alcanzase el dinero, sino por no tener los avales necesarios. “Existe mucho racismo en ese ámbito. Te piden lo que sea y como vean que eres o muy mayor o de alguna etnia, rápidamente te dicen que ya está ocupado”, indicó. Ya destrozado y sin apenas tiempo, Provivienda lo introdujo en su programa de Fogares, donde comparte con otras personas de su misma situación. Sigue viviendo con miedo, con nerviosismo, a que la ayuda se acabe y que se pueda ver en la calle. Pero algo más calmado al tener un colchón que lo sostiene. Antes, el nerviosismo era tal que su cuerpo temblaba constantemente, hasta el punto que pensó que tendría Parkinson.

Eduardo tiene 53 años. Tiene una discapacidad del 65%, depresión, ansiedad y ataques de pánico recurrentes. Le cuesta salir solo a la calle. Asegura que vive en una cárcel invisible dentro de su cabeza, porque la salud mental no se ve. Y vivir con otras personas desconocidas es para él un sufrimiento. “No toca que con 53 años esté compartiendo piso como si fuese un estudiante”, indicó. Con una pensión de 800 euros, no se puede permitir un hogar para él solo y se ve avocado a compartir. Pero si su compañero no entiende su problemática, hace mucho ruido o desequilibra su calma, Eduardo sufre y mucho. Se estresa. “Viví con personas racistas de más de setenta años, con personas que tenían trastorno bipolar”, dijo.

Ahora vive con un matrimonio llegado de Perú y su hija, también gracias al programa Fogares de Provivienda. Nunca quiso hijos, pero sí una independencia plena a la hora de vivir. Reconoce que está a gusto, que esa tranquilidad ha calmado su nerviosismo y que se ha preocupado bastante por su salud mental cuando empezó a encadenar varias patologías, como diabetes y pérdida de visión. “Entrar en una habitación me costó muchísimo, pero lo hice. Todo antes que ir a la calle. Gracias a Dios no me tocó, eso sería horrible”, señaló.

Abandonó su piso anterior a través de una orden de desahucio. No podía pagar más. Se encontraba medicado y depresivo. Ahí apareció Provivienda. “Gracias a ellos tengo un techo. Me han apoyado siempre, me han cogido el teléfono un fin de semana por la noche con un ataque de pánico. Les debo todo”, confesó Eduardo.

La Incertidumbre

Tanto Francisco como Eduardo no conciben que el programa se acabe. Que la financiación no exista. Viven en esa incertidumbre, pese a que las psicólogas y orientadoras les intentan calmar. “No sé cómo sería mi vida sin ellas”, indicó Eduardo. La precariedad de Francisco le hace temer más. Que se levante y tenga que abandonar el hogar donde reside. Que no haya dinero para nadie más. Está destrozado, pero se levanta. La incertidumbre no puede con su fuerza. Ni con su derecho a una vivienda.

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