Juan Pina
El peligroso alcalde de Nueva York
La Vuelta ciclista acaba mañana en Madrid convertida en plataforma de la libertad de expresión; de la expresión solidaria con el drama humanitario de Gaza y la condena social de Israel. A la vista de su trompicado discurrir, se comprueba la compleja relación entre deporte y política. Que se lo digan al olimpismo de los boicoteos o a las monarquías petroleras y las ávidas federaciones deportivas, los clubes y las televisiones. Si la política viene bien pertrechada de billetes, se hace más soluble. Era la aspiración del equipo ciclista que promociona a Israel o viceversa. La realpolitik.
En las carreteras de Cataluña, de Euskadi y de Galicia, sobre todo Galicia, y ahora también en Valladolid y Madrid, se le ha dado la vuelta al calcetín. La izquierda se ha movilizado respaldada por una mayoría social que desaprueba el trato que el gobierno israelí dispensa a la población árabe de Gaza y, cuestión de tiempo, también de Cisjordania. Benjamin Netanyahu, solo un grado más molesto que Trump, ha mostrado su enfado contra Sánchez y España, sacando a relucir viejas historias de la Inquisición y la expulsión de los judíos en 1492. Sabe de lo que habla. Su padre, Ben Sión Netanyahu (Varsovia, 1910-Jerusalén, 2012), sionista que consideraba justa causa la reclamación para el Estado israelí del territorio bíblico y enemigo de todo acuerdo con los árabes palestinos, era también un experto mundial en las persecuciones de los judíos y, en particular, en los orígenes de la Inquisición. “Para entender a Bibi (Benjamin) hay que entender a su padre”, dijeron quienes podían hacerlo, en la muerte de Ben Sión. Necesitaríamos una Hanna Arendt, en la onda de Eichmann en Jerusalén, para desmontar el andamiaje del actual Estado de Israel: una mezcla asfixiante de religión, nacionalismo y xenofobia.
Los manifestantes, etapa tras etapa, han llenado los noticiarios internacionales y, de paso, amplificado el mensaje que Pedro Sánchez repite en todo tipo de foros: la crítica a Netanyahu acusándolo de genocida, el apoyo al pueblo palestino y la solución (?) de los dos Estados. Una opción política todavía no alineada exactamente con el conjunto de la UE y en divergencia ostensible con lo mantenido en la otra orilla atlántica. En todo caso, la Vuelta ciclista, un evento deportivo venido a menos por la ausencia de grandes figuras internacionales y de los tradicionales héroes locales de espíritu guerrillero, ha vivido una edición para olvidar.
En Bilbao, un periodista preguntaba a un manifestante por los incidentes en la línea de meta –final de etapa que hubo que improvisar varios kilómetros antes de la oficialmente prevista-. El interpelado, bandera palestina al hombro, contestaba socarronamente sorprendido: “¿Incidentes? No he visto incidentes. Hemos venido a protestar”. Pues eso.
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