VARGAS LLOSA, OTRO NOMBRE PARA EL CALLEJERO

Mario Vargas Llosa, si esta ciudad mantiene su tradición, será el próximo en entrar en el callejero, al lado de los otros siete Nobel españoles, todos ellos epónimos de otras tantas vías situadas entre Torrecedeira y el Paseo de Alfonso: Jacinto Benavente, Severo Ochoa o Camilo José Cela son algunos de los inmortales que también dan nombre a una arteria urbana viguesa. Así que Vargas Llosa, que es peruano por nacimiento y vocación, pero también español por elección, debe formar parte de esta ciudad.

Es probable que pocos escritores hayan merecido con tanta claridad el Nobel como Vargas Llosa, quizá una de las pocas personas que es capaz de convertir a un militar, Pantaleón, jefe de un regimiento de 'visitadoras', en una genialidad literaria. Y al mismo tiempo, escarbar en el alma humana con monumentos como 'La fiesta del chivo', quizá su cima creativa por su profundidad. Aunque merecido y esperado durante 20 años, la verdad es que casi nadie confiaba ya en que el hispano-peruano fuera a recibir el único gran premio que le faltaba, aunque el más importante. Las razones, variadas. La primera, que parecía que su generación ya había recibido todos los galardones posibles, con García Márquez a la cabeza. La segunda, no menor, su singularidad política: convencido en que el hombre debe prevalecer sobre el colectivo, es un liberal de los pies a la cabeza que siempre y con notable coherencia ha combatido totalitarismos y populismos tan latinoamericanos. Incluso tuvo una experiencia como candidato en Perú que se saldó con la llegada de su Némesis, el infame Fijimori que le quiso convertir en apátrida, y que al emnos valió para la recuperación del escritor, que decidió abandonar ese camino para seguir por el suyo, que domina como nadie.

Es difícil contentar a todo el mundo, pero igual que Saramago gusta a públicos muy diferentes pese a su militancia comunista, otro tanto pasa con Vargas Llosa y su relevancia política, sin duda de mejor clase.