José Teo Andrés
Quizá el último intento
Los que llevamos muchos años en la barricada hemos visto varios intentos por urbanizar la plaza de España, todos presentados como definitivos y en marcha, todos fracasados. El último, en 2008, el más espectacular, contaba con todo el apoyo del Concello -el gobierno local, en su primer mandato, aseguraba que era su proyecto estrella- y se estrelló estrepitosamente por una conjugación de factores, entre ellos la imposibilidad manifiesta de la promotora de conseguir el dinero suficiente para poner en marcha una actuación multimillonaria. En todos los sentidos: suponía un cambio radical para la ciudad y un beneficio espectacular para la empresa, pero ni así. El resultado, un par de parcelas que siguen a monte desde los años ochenta, cuando el alcalde Soto trató de poner su sello a la plaza de España con torres de pisos y fanfarria, que se quedó finalmente en la construcción del túnel y los Caballos de Oliveira, que tampoco estuvo mal, pero todo ello a última hora, cuando su mandato agonizaba y con fines electorales. Desde entonces, nada. Y han pasado 35 años con la entrada a Vigo a medias.
Nuevo Plan General, nueva oportunidad para resolver un asunto nada intrascendente, por tratarse de la puerta de la ciudad. Esta vez se contempla un diseño menos entusiasta y también más fácil de desarrollar, sin los enormes trámites de las grandes urbanizaciones. Parece factible y detrás hay una gran firma, con músculo financiero. Veremos si esta vez sí.
Quizá desaparezca la gasolinera, instalada en los años sesenta por dedazo del alcalde Portanet, un hombre autoritario, franquista hasta la médula, y que fue capaz de lo mejor (paseo de A Guía, la mejora del parque del Castro, la apertura de varias calles) y lo peor, con decisiones propias de un autócrata, entre ellas la sustitución manu militari de los tranvías, un error absoluto en su planteamiento que solo benefició a la concesionaria. Y que como mínimo privó a Vigo de poder contar ahora con un tren eléctrico hasta el Val Miñor que serviría tan bien como los barcos de Ría con el Morrazo, como eficiente transporte regular y como reclamo singular turístico.
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