Francisco Muro de Iscar
¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?
Tiempo de tormenta
Querido compadre Itxu:
Ha sido llegar tú a Madrid y empezar a llover. Yo creo que las nubes te siguen, como si fuesen los propietarios de algunos bares donde tienes cuentas pendientes. El caso es que estábamos tan a gustito con esa prolongación del verano en otoño que algunos cursis llaman “veroño”, disfrutando del placer de las terrazas al sol, y de pronto se han precipitado los chaparrones. ¿Esto qué es? ¿Casualidad? No lo creo. Ya ha ocurrido más veces. Miles de científicos en el mundo, empeñados en desentrañar los misterios ocultos del cambio climático, ignoran una verdad insoslayable: el cambio climático eres tú. Sí, compadre, te lo tengo que decir, así, sin paños calientes. No te sugiero que te vayas con viento fresco porque lo llevas incorporado de serie. Por eso y porque tu visita a los madriles es siempre motivo de alegría, a pesar de los nubarrones, y aquí siempre serás bien recibido, llueva, truene, nieve o granice. Y también, por qué no admitirlo, porque la sequía ya estaba empezando a resultar preocupante. Así que bienvenidos seáis, tú y la lluvia.
Últimamente es costumbre cambiar la denominación de los eventos meteorológicos. Ya empleamos con soltura la palabra “dana” para aludir a una borrasca o “ciclogénesis explosiva” para referirse a lo que más popularmente se conocía como “un chaparrón de tres pares de cojones”. No sé qué me resulta más expresivo; pero más comprensible, evidentemente, lo segundo. Otra moda que no acabo de entender es la de bautizar a una tormenta. Según mis informaciones, la intención es alertar a los ciudadanos de la gravedad del fenómeno atmosférico que se les viene encima para que adopten las debidas precauciones. En tal caso, el empleo de la nomenclatura adecuada me parece vital. No puedes llamar Filomena a un temporal porque así ocurrió: la gente no se lo tomó en serio y media España quedó incomunicada en las carreteras bajo la mayor nevada del siglo. A una tempestad no puedes denominarla Honorato, ni María Luisa, porque en vez de pánico entre la gente sólo provocarás cachondeo generalizado. La primera borrasca de esta temporada otoñal se llama Armand. Sinceramente, me parece débil. Compruebo que Armand ha provocado en Ourense el derribo de varios árboles. Sólo por eso habría estado bien llamarla Itxu, en recuerdo a ti y al día en que decidiste sacarte el carné de conducir. Y si realmente, lo que quieren las autoridades es prepararnos para la llegada un fenómeno de consecuencias graves, catastróficas, impredecibles, que lo llamen Pedro Sánchez. Eso sí que causa pánico y a la vez es tormenta y tormento. Ya ves para lo que sirve a veces el lenguaje inclusivo, para definir mejor las cualidades de un individuo.
Son curiosas las similitudes entre las adversidades climatológicas y las políticas. En tu periplo madrileño de estos días habrás comprobado la concentración de nubes negras en la sede del PSOE, donde se observa una bajada de las temperaturas electorales, que han hecho que se abran los paraguas de Tezanos ante el vendaval de críticas a una gestión que provoca marejadas intensas en los despachos. Las inclemencias gubernamentales conllevan precipitaciones considerables y así se nubla la diferencia entre la ley de la gravedad o la gravedad de ciertas leyes. La última, la llamada ley Trans con la que el Gobierno ha conseguido sembrar todo género de dudas sobre cualquier duda de género. Pero, por más que caigan rayos y truenos, Sánchez se seguirá viendo en el espejo como Thor, sex symbol de las deidades vikingas. Y esperará que escampe. Al mal tiempo, buena cara. ¿Y qué cara hay mejor que la suya?
Sin brotes verdes
Querido compadre Quero:
Se me hace raro escribirte solo unas horas después de haber compartido mesa y mantel. Estos días te echo muchísimo de más. Sin acritud. Estuvo bien cenar anoche en Zara, no en el de Amancio Ortega sino el de la ropa que nos gusta a ti y a mí, el de la ropa vieja, el cubano de Barbieri. Gran velada sin duda estropeada por la lluvia.
Madrid es la ciudad en que peor llueve del mundo. Aquí la lluvia moja, sé que esto no es una gran particularidad, pero es que además ensucia, hace que se caigan cosas de las fachadas de los edificios antiguos, y encabrona profundamente al madrileño común, sujeto muy fácilmente irritable; en la capital, cuando llueve, el madrileño corre como pollo sin cabeza, la gente cancela citas como si en vez de agua lloviera ácido y todo el mundo toca a todas horas el pito, incluso los que van en coche, que no se están mojando. Y luego está lo del paraguas. Ayer compré un paraguas a uno de esos tipos que van por la calle diciendo “paraguas, baratos, paraguas, baratos”, y lo perdí en tiempo récord: una hora y treinta y cinco minutos. Supera eso. De modo que en efecto era barato, pero salió caro.
Una vez más he visto el clima político del corazón del país a una temperatura extenuante. El Gobierno ha sacado adelante los presupuestos con Bildu y con un montón de partidos extravagantes a cambio de cosas bastante locas. Sánchez promete todo a todos. Yo, de ser esos partidos raritos, me andaría con ojo: no ha cumplido, creo, una sola promesa, excepto sacar a pasear la momia de Franco, que es algo que no había prometido.
Mis economistas de cabecera me han estado contando estos días que el país se va al carajo. Pero no se trataba de una proyección futura, sino que ya en este momento, quienes están en la pomada de las cifras y las empresas, fundamentalmente por dos claros indicadores de que la crisis socialista ya está aquí: las quiebras y concursos de acreedores y la morosidad que se ha disparado como en los peores momentos. Será genial tener a todos los colectivos identitarios con sus cien o doscientos euros de regalo de Sánchez en varias iniciativas estúpidas… y en el paro. Porque es lo que pasa cuando tu política económica consiste en comprar votantes. Que puede que coseches algunos votos, pero eso no impide el cierre de las empresas en las que trabajan o de los negocios que mantienen como autónomos.
No tiene que ver, en este caso, con el Gobierno español, pero he leído también que Musk plantea despedir al 75% de Twitter. He estado haciendo cuentas y me da la sensación de que va a despedir a los tuiteros. ¡Dios santo! Vamos a tener que volver a discutir de política en el bar y cara a cara; de modo que supongo que eso disparará la criminalidad. No es un dato científico, pero es que soy sociólogo, como Tezanos, de modo que la ciencia cambia de acera cuando me ve por la calle.
En fin, compadre, yo no sé qué es eso que cuentas del veroño. Eso no existe en Galicia. Y, en efecto, suena más cursi que un nenúfar, pero lo cierto es que el tal veroño va a ser muy frío este año y el señor que está hundiendo el país no tiene previsto largarse y dejar paso a otro. Dicen que a Feijóo ya no le preocupa tanto llegar a La Moncloa sino cómo va a encontrarse las arcas públicas y la economía nacional cuando coja los mandos y, ciertamente, no es para menos. No querría estar en su piel.
La derecha agorera, ya sabes, que nos pasamos el día anunciando cataclismos mientras otros ven brotes verdes. No hace mucho me dijo un diputado bastante reputado: “La mayor parte de las veces, la gente no está preparada para que les digan la verdad”. Puede que sea cierto. Pero sospecho que el Gobierno de Sánchez se lo ha tomado demasiado a pecho.
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