Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
El acuerdo del pleno municipal de Jumilla, al respecto de la regulación del uso de los espacios deportivos municipales, deja poco margen para las interpretaciones. Ya la exposición de motivos de la moción de Vox, modificada y apoyada por el PP, “frente a las prácticas culturales foráneas”, despejaba cualquier equívoco. Después y por si quedaba alguna duda, las explicaciones dadas por la propia alcaldesa (PP), acabaron por aclararlo todo: “se trata de defender lo nuestro, nuestras tradiciones, las de todos, con actividades que pongan en valor nuestras raíces”. A las pocas horas, como un acto reflejo, ardía una parte de la mezquita de Córdoba; junto a la Alhambra, los dos grandes monumentos de la presencia musulmana en España.
La presión ambiental acumulada puede inducir estos fenómenos en la distancia. A Córdoba debieron llegar los ecos de los argumentos del pleno de Jumilla y ya antes, el odio y las imprecaciones de Torre Pacheco y de buena parte del sur y el levante español: allí donde magrebíes y musulmanes en general son ya un cuarto de la población. Ahora, ese menosprecio al pobre, entreverado de soterrado racismo secular, aflora alentado por Vox, por la gente de Alvise, por la Aliança Catalana de Silvia Orriols. Se trata de la versión ibérica de El choque de civilizaciones –explicitado por Samuel Huntington en 1993-, de tradiciones, cristiana y europea, de quienes invocan una nueva reconquista. Los jóvenes (ellos), los desempleados, los sectores trabajadores humildes, siguen ahora estas banderas. Es el fracaso más sonrojante de los partidos de Estado, de la izquierda en particular, de la propia Ilustración. Un fenómeno que atraviesa fronteras.
El sabio antropólogo Julio Caro Baroja, dedicó su vida de investigador a las minorías y perseguidos en la península. Estudió a los moriscos, los judíos y criptojudíos; los gitanos y las brujas. En sus libros no hay menciones a las grandes batallas, ni a los reyes ni a los asuntos de corte. Julio Caro escribe con los materiales de los archivos locales, las pequeñas crónicas de la vida cotidiana en los siglos pasados: de la edad media al siglo XVIII. Su conclusión es que España ha sido el territorio común a todos, “el espacio dinámico y complejo, moldeado por la interacción de individuos, grupos sociales y el poder, enriquecido por la diversidad histórica y cultural de sus habitantes”.
Las llamas dando cuenta de parte de la mezquita de Córdoba, símbolo tan evidente del pasado compartido, eran un dramático aviso del peligro de envilecimiento colectivo tras el odio racial y religioso, el odio al pobre. El territorio común es un concepto y un espacio integrador, construido por todos y donde todos cabemos. Conviene mantenerlo acogedor y seguro para que siga cumpliendo su benefactora función.
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