Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Hace relativamente poco, he leído por ahí unas declaraciones formuladas por una de estas nuevas gurús de la actitud social, la tendencia y la moda que llaman influencers, la cual se quejaba amargamente de percibir en el ambiente una creciente fobia a todo lo que suene a catalanes. Ella lo es, evidentemente, y proclama su desconcierto y su enojo al comprobar el carácter bizarro de los mensajes que recibe cada vez que se expresa en su lengua materna, una situación que debería hacernos reflexionar a todos pero especialmente a los ocho millones y medio de personas que viven en Cataluña y los que andan desperdigados por el mundo adelante.
La realidad es que si bien y probablemente se percibe una cierta animosidad a todo lo que suena a catalán en algunas otras comunidades de España -y eso no es bueno- no es el resto del país el único responsable de que este sentimiento se genere y lo más justo para equilibrar las quejas de la influencer y las de muchos otros que las comparten, es convencerse de que una parte de esa animadversión que pueda percibirse en determinados núcleos peninsulares se debe también a una actitud generada en Cataluña cuyo lema más compartido y recitado durante mucho tiempo ha sido el injusto de “España nos roba” aunque luego se comprobó que quien realmente robaba y a manos llenas era la familia Pujol cuyo cabeza de familia era don Jordi que desde su atalaya de la presidencia de la Generalitat se lo llevó a paladas.
Cataluña –y es justo reconocer que desde su indudable catalanidad activa la presencia del discreto y responsable Salvador Illa ha contribuido muy mucho a calmar las aguas- no ha sido precisamente estos años un ejemplo de servicio, discreción y solidaridad con el resto del país y su apuesta por el independentismo unida a su permanente y persistente insistencia en acapararlo todo genera no solo desconfianza en el resto de un país que espera ser tratado del mismo modo, sino una antipatía producto del carácter individualista y en muchos casos despectivo para el resto de sus habitantes de los catalanes que han confundido con frecuencia la legítima defensa de sus hábitos y costumbres con una imposición que al resto le suena forzosa, impuesta y autoritaria.
No es bueno que esta situación se prolongue pero cada uno debe poner de su parte para curarla.
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