Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Uno debería estar acostumbrado a las invocaciones a la testosterona que constantemente inundan el fútbol. Forman parte de algo tan humano como buscar explicaciones sencillas a situaciones complejas. No es física cuántica, pero el deporte tiene su intringulis. Por eso, es absolutamente imposible de explicar una carrera con 22 títulos de Grand Slam y un dominio de una superficie como no ha habido otro en el mundo del tenis desde la testiculina que constantemente ha rodeado las loas repetitivas y previsibles a Rafael Nadal. Por supuesto que tenacidad, mentalidad y esfuerzo son argumentos dignos de elogio. Pero no pueden opacar un nivel de juego extraordinario, en constante evolución durante toda su carrera. Un tenis divino. Para empezar, una ‘unpopular opinion’, que dirían los chavales: Nadal tiene la mejor derecha de la historia. Ese martillo es como un camión que te atropella. Un peso inaudito y unas revoluciones por minuto muy superiores a la de cualquiera. Una fuerza centrífuga aplastante, que echa para atrás cualquier raqueta que no se ponga bien. El arma que destruyó el revés de Federer. Detrás vino todo lo demás. Pero algo sintomático de su capacidad de mejora es que cuando empezaba apenas sabía volear y cuando terminaba se convirtió en uno de los mejores jugadores del mundo en la red. Todo esto unido a ser un superdotado táctico y una roca mental, tantas veces mencionado. Ingredientes que esculpieron un tenista divino, imposible de reducirlo a testiculina.
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