Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Pontevedra, la excepción gallega: lamentablemente, este año también habrá toros y en tres jornadas, una más que en 2024. Malas noticias para quienes esperaban (esperábamos) la expulsión pacífica de la tauromaquia del Noroeste peninsular como un hecho natural, lógica consecuencia de la mayor conciencia por evitar daños innecesarios a los animales y el nulo interés por un espectáculo ajeno por completo a Galicia. No será todavía expulsado, pero será. A Coruña recuperó por un tiempo las corridas en una plaza vergonzante reconvertida en multiusos, pero ya es historia. Antes había desaparecido el coso de Noia, penúltimo bastión. Incluso Vigo tuvo algún recinto fijo, afortunadamente demolido, y alguno más portátil, pero esta afición a destripar animales en público, tan cerca de los espectáculos del Coliseo romano, nunca cuajó entre los vigueses. Pontevedra resiste probablemente por tradición. Pero no todas las tradiciones son igual de respetables: en Vilaboa había una corrida do galo, sustituida por una celebración incruenta y mucho más divertida. De Galicia se asegura que hay un aficionado a los toros y se sospecha de otro. Probablemente, sea así, pero la Boa Vila, incluso con 25 años de alcalde del BNG, sigue en lo suyo y este fin de semana se anunció otra feria taurina y el bochorno se mantendrá a menos de 30 kilómetros de distancia. Y pese a todo, solo es cuestión de tiempo que desaparezca, como ya ocurrió en Portugal, donde solo al sur de Lisboa se mantiene un cierto interés, mientras en Oporto y Viana do Castelo ya no hay “touradas”. Los toros, como animales, pueden continuar existiendo: menos bravos y sin sangre en la arena.
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