Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
La concesión de unos sorprendentes títulos de nobleza a una serie de personas, al margen del reconocimiento personal que puedan merecer en sus ámbitos respectivos, ha sorprendido de la sociedad española, sobre todo por el pintoresco nombre de los nuevos marquesados, lo que, en algunas denominaciones, se puede prestar a cierta chirigota. La monarquía es, en parte, como tantas veces se ha dicho, una ficción de sí misma, que tiene que ser adecuadamente alimentada con determinados elementos. Pensábamos que en la España del siglo XXI ciertos usos del pasado se habían abandonado, como lo fue el hecho de evitar el tratamiento (oral y escrito) de Felipe VI y señora, como aquello de “Su Majestad Católica” y el añadido en documentos del “Que Dios guarde”.
La Casa Real explica que Felipe VI ha decidido conceder seis marquesados a varias personalidades porque “sus respectivas trayectorias son exponentes de la excelencia, ya sea al servicio de la Corona o en el ámbito del pensamiento, la cultura, la ciencia, las artes y el deporte. Son fuente de orgullo para España y son referencia permanente de valores que deben de inspirar a nuestra sociedad y que se reflejan, en su discurso de proclamación de Su Majestad el Rey ante las Cortes Generales el 19 de junio de 2014.
Los seis marquesados otorgados por Felipe VI quedan así: El abogado del Estado Jaime Alfonsín Alfonso recibe la distinción de Marqués de Alfonsín, con Grandeza de España. Un título que heredará su hija mayor. El tenista Rafa Nadal Parera también será a partir de ahora Marqués de Llevant de Mallorca. El título lo heredará su hijo. La nadadora Teresa Perales Fernández ha sido distinguida por el Rey con un marquesado que lleva su apellido y que también es hereditario. La cantante María Luz Casal Paz será marquesa de Luz y Paz. Una distinción también de carácter hereditario. El bioquímico y biólogo molecular Carlos López Otín será marqués de Castillo de Lerés. Una distinción de carácter vitalicio, que regresará a la Corona una vez falte. La fotógrafa Cristina García Rodero recibe el marquesado del Valle de Alcudia. También con carácter hereditario. Estos gestos de largueza real se producen en un delicado momento para la propia imagen de la Corona sobre la que se proyectan inevitablemente las secuelas de las tropelías del predecesor de Felipe, quien a lo largo de su reinado otorgó 55 títulos nobiliarios, alguno de los cuales tuvieron que ser posteriormente anulados.
El llamado “imaginario monárquico” es una construcción intelectual, consistente en introducir en la mente de las gentes el concepto de que la monarquía es una institución natural, que por tanto debe ser aceptada como tal con “naturalidad”. Reyes y príncipes siempre han estado ahí, formando parte de nuestras vidas y, además, están imbuidos no ya del origen divino que los consagra, sino de todas las cualidades que consideramos excelentes: el Rey es sabio, prudente, valeroso, como destaca en un famoso libro el catedrático de Filosofía José Luis Rodríguez García, Y en este sentido añade que resulta prodigiosa la enorme variedad de monarquías que en el mundo quedan, algunas, consideradas ejemplo de modernidad, y otras, pura y simplemente en la Edad Media. Pero todas hermanas, de igual trato entre sí.
“Plantear en qué medida y a través de qué procedimiento el rey sigue siendo ungido por la divinidad –escribe Rodríguez- puede parecer cuestión anacrónica”. Pero no en el caso de España: Juan Carlos fue nombrado rey por decisión personal de un general que era jefe del Estado y Caudillo de España por la Gracia de Dios y sólo responsable ante Dios y ante la historia. O sea, que no cabe duda de que sus sucesores poseen en mismo don. ¿Cómo conservar o mantener en su sucesor la unción divina? Pues para eso están los medios que retratan, relatan y cuentan las acciones extraordinarias que en su vida cotidiana realizan los reyes. Es ahí donde se construye el “imaginario monárquico”.
Como escribe Goytisolo, en España, a diferencia de Inglaterra y otros reinos del norte de Europa, en donde la institución monárquica se funda en un consenso tradicional de honda raigambre histórica y en una tranquila sucesión de reinados sin altibajos ni seísmos, la Monarquía española de los dos últimos siglos ha sido una especie de tobogán con subidas, bajadas, caídas, descarrilamientos. Aunque Suárez nos privó de la opción de elegir la forma de jefatura del Estado, previamente a la redacción de la Constitución porque sabía que no saldría monarquía, como él mismo confesó luego, conviene recordar que ese asunto sigue pendiente de solventarse para muchos españoles y que, entra otras cosas, también está sin resolver el asunto de la pendiente Ley de la Corona.
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