Veinte años después

Publicado: 04 dic 2014 - 10:28 Actualizado: 04 dic 2014 - 10:30

Veinte años ha tardado Antonio López en concluir el retrato de la Familia Real que finalmente ayer se descubrió formando parte de una gran exposición instalada en el Palacio Real dedicada a retratos relacionados con nuestra testas coronadas. Cuando el artista manchego recibió el encargo de pintar al rey Juan Carlos rodeado de su familia, tanto la Corona como el propio monarca y sus descendientes atravesaban una época de estabilidad y bonanza, o al menos eso era lo que suponían unos súbditos entregados que no ponían en cuarentena absolutamente nada. El Rey es un hombre joven, moderno, ligeramente mundano y respetado, la reina representa el rol de pareja adecuada -la Reina es una "profesional" como solía decir por entonces el soberano- y los chicos aún no se había enfrentado a la vida con suertes muy diversas y no siempre felices. Elena acababa de conocer a Jaime de Marichalar con el que se casaría un año escaso después y del que se separaría con carácter cautelar en 2007 y definitivamente dos años más tarde, y Cristina todavía no había dado con Iñaki Urdangarín y por tanto no se había sumergido en el condenado embrollo con el que ahora convive. Felipe era un joven príncipe risueño que no suponía de ningún modo que su futuro sería como ha sido. Casi nadie se imagina su futuro, esa es la verdad.

Veinte años son muchos años y en veinte años las cosas pueden ponerse literalmente patas arriba como se le han puesto a esta familia que luce tan lejana en el tiempo asomada a la tela, y a la que en este tiempo que López ha tardado en pintar este lienzo le han pasado tantas cosas y tan graves. Por eso su contemplación se hace a estas alturas tan difícil, y habrá que esperar el paso de dos generaciones para que esa inmediatez ajada que nos transmite una obra de arte que no ha perdido un ápice de sus cualidades artísticas pero cuyo significado ha adquirido caracteres absurdos, pueda contemplarse desnuda de condicionamientos y por tanto, simplemente como una obra de arte.

Hoy, veinte años después de que se diera por comenzada, el espectador que se asoma a ella no puede de ningún modo desligarse de lo que sabe y lo que siente ante los que en la tela se retratan. Eso no pasará dentro de cien años. Por el momento, la duda manda.

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