Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Es un hecho reconocible las simpatías que acompañan a las apariciones públicas de la hija mayor de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz, que ostenta el título de Princesa de Asturias. Ese reconocimiento personal lo animan especialmente las revistas del papel couché y determinados programas, donde todo tipo de pretendidos expertos, no siempre documentados, escriben y pregonan todas las virtudes de la princesa, hasta generar cierto inevitable hartazgo por saturación. Pero esa realidad está ahí, aunque con frecuencia en la práctica del llamado “imaginario monárquico” se obvian datos o análisis más solventes y se abunda en lo anecdótico o lo meramente frívolo. La princesa goza de un régimen especial y en realidad su carrera militar es más bien temporalmente pauta por los centros militares, donde hasta ya la hacen, como en la Armada, alumna distinguida y lucen la manga izquierda de su uniforme el llamado nudo llano, que se le concede a los alumnos que no han tenido sanciones disciplinarias y han destacado por sus notas tanto en las asignaturas académicas como en el resto de sus actividades.
Parece obviarse que existen otras realidades y que por mucha sordina que pretenden desplegar, el asunto del debate república-monarquía sigue estando ahí, animado por los desafueros conocidos y que se van conociendo del rey abdicado y honorifico que no emérito, milagrosamente librado de lo que hubiera tenido que responder cualquier ciudadano con residencia legal en España. De modo que siguen produciéndose noticias que empañan el brillar de la Corona y su futuro. Al amparo del benévolo y ventajoso del régimen fiscal del país donde reside Juan Carlos primero tiene en marcha la creación de una nueva fundación en condiciones muy ventajosas en el traspaso de fondos, incluyendo bajos impuestos. Sus dos hijas son las patronas mayores de la institución que reunirá su fortuna, y que tiene como objetivo agrupar todos sus fondos en el extranjero para Elena y Cristina, reciban la fortuna en herencia, a la que Felipe ha anunciado que renuncia, y que ya veremos si es efectivo cuando le correspondiera teóricamente recibirla. La Fiscalía del Tribunal Supremo concluyera que el rey Juan Carlos amasó su fortuna mediante el cobro de "comisiones y otras prestaciones de similar carácter en virtud de su intermediación en negocios empresariales internacionales".
Cobran nueva fuerza ahora, a su favor, las manifestaciones de Felipe VI sobre el destino de la tal fortuna de su padre, que según el comunicado oficial al respecto, en acto notarial, manifestó “no haber tenido conocimiento ni prestado consentimiento a participar, en nombre propio o en representación de terceros, en particular de su hija, en ningún activo, inversión o estructura financiera cuyo origen, características o finalidad pudieran no estar en plena y estricta consonancia con la legalidad o con los criterios de transparencia, integridad y ejemplaridad que informan su actividad institucional y privada. Y en la hipótesis de que, aun sin su consentimiento ni conocimiento, hubiera sido unilateralmente designado como heredero, legatario o beneficiario en relación con cualesquiera activos inversiones o estructuras, manifestó no aceptar participación o beneficio alguno en dichos activos y renunciar a cualquier derecho, expectativa o interés que pudiera corresponderles en el futuro.” Este y otros gestos del monarca han sido vistos con respeto y simpatía por el conjunto de los españoles, incluido dotar a la Casa Real de un Código Ético y un reglamento sobre los regalos o presentes que pueden ser aceptados.
Incluso para los republicanos, Felipe VI es un factor de estabilidad, dada la controvertida clase política actual, sin excepciones. Ese conjunto de personajes y partidos actúa como factor de refuerzo de la Corona por su efecto disuasorio, ya que en el presente nadie puede imaginar que de ese conjunto actual saliera el futuro jefe del Estado. En todo caso, el Rey prepara el camino para que los españoles acepten su sucesión, para lo cual, como fue en su caso, se está preparando concienzudamente a su heredera. Pero también se debe tener en cuenta la tentación tan viva en el pasado el rey, con toda su familia, no podía ser visto en ningún momento, en ninguna circunstancia y en ningún lugar como un simple hombre de carne y hueso, y necesitaba mezclase con la gente normal de vez en cuando para perecer uno más. Por cierto, que con independencia de las iniciativas acertadas de Felipe VI sigue pendiente la elaboración de la llamada “Ley de la Corona” que, de haber existido, hubiera evitado los excesos de Juan Carlos I. Y eso conviene tenerlo presente.
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