Semana Santa en las casas, como al principio
La historia de la Iglesia, apoyada en los primeros escritos cristianos y en las narraciones de los Hechos de los Apóstoles, nos transmite las costumbres y tradiciones de las primeras comunidades. En los pequeños grupos que se reunían al principio en casa de alguno de sus miembros, se origina y se transmite el depósito de nuestra fe, el estilo de nuestras celebraciones litúrgicas y sacramentales y la señal o distintivo por el que se nos reconocerá como discípulos de Jesucristo: “mirad cómo se aman”.
Por esas fuentes sabemos que cada ocho días “el primer día de la semana, el mismo en que Jesús resucitó, todos los creyentes se reunían para celebrar la Eucaristía. En esta celebración, repitiendo los gestos y palabras de Jesús en la última cena, hacían memoria de su entrega por nosotros y de su gloriosa resurrección”. Todo hace suponer que en estas primeras celebraciones, los asistentes escucharían pasmados los relatos de los testigos presenciales de esos acontecimientos que, más tarde, determinaron poner por escrito para que las futuras generaciones pudiéramos leer los relatos fieles de la pasión de Jesús y del descubrimiento de la tumba vacía por parte de los primeros testigos.
Sabemos también que muy pronto, además de la celebración del domingo o Pascua semanal, los cristianos de inicios del siglo II comenzaron a recordar la resurrección de Cristo en su aniversario, es decir cada año en el mismo día en que sucedió. Y fue así, aunque no le llamaran de ese modo, como nació la Semana Santa, al fijarse la Pascua anual, tal y como se celebra ahora, en el domingo siguiente a la primera luna llena de la primavera. Ya entonces y también ahora, el contenido principal de esa vespertina celebración es de iniciación e incorporación de nuevos miembros a la comunidad, ya que en esa noche son bautizados, confirmados y participan por primera vez de la Eucaristía los nuevos cristianos.
La historia de la celebración de la Pascua cambió radicalmente gracias a una mujer consagrada de origen español, más concretamente del noroeste de la península, llamada Egeria –acabo de leer estos días una mediocre novela que tiene el mérito de situarla en el monasterio de Calavario, a unas leguas de Brigantium y junto al Eume -, y que decidió allá por el año 381 peregrinar a la tierra de Jesús. “En su viaje fue escribiendo un relato de todo aquello que iba viendo y, de modo particular, nos describe las celebraciones de la Pascua en la ciudad de Jerusalén. Egeria nos va narrando todos los ritos que se suceden ya que la peculiaridad de la celebración en aquella ciudad era disponer de los lugares exactos donde sucedieron los acontecimientos finales de la vida de Jesús. Así, Egeria nos refiere la celebración en el Cenáculo la tarde del jueves, la oración en el Calvario en el viernes y la adoración de la cruz y la fiesta en la noche del sábado al domingo en el sepulcro. Con su vuelta a nuestras tierras, el relato de Egeria se fue difundiendo por todo el mundo cristiano y en muchos lugares se quiso imitar lo que ella nos contaba de Jerusalén. Al no disponer de los lugares exactos, se pensó como solución el convertir el templo en la ciudad de Jerusalén durante una semana. Esta es la clave de la Semana Santa cristiana: nuestra iglesia (el templo) se convierte en la ciudad santa. Así, el jueves nos reunimos en el Cenáculo, el viernes al pie de la cruz en el Calvario y el sábado en la noche en la intimidad del sepulcro. Celebrar, pues, la Pascua del Señor, es trasladarnos espiritualmente a la ciudad de Jerusalén en los tiempos de Jesús, para acompañarle paso a paso en su entrega redentora, para hacer presente, hoy, su presencia viva que nos salva” (Cfr.Manual para vivir la semana santa 2020 desde casa. Arzob. Valencia. Prólogo”).
La celebración de la Semana Santa de ese año 2020 tendrá que ser muy diferente por la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 y las disposiciones tanto de las autoridades civiles como de las eclesiales. La responsabilidad moral para evitar los contagios masivos hace incuestionable la prohibición de reunirnos como comunidad cristiana en torno al altar del Señor para recordar los misterios que nos dieron la salvación. Es verdaderamente doloroso para sacerdotes y fieles el no poder gozar de la cercanía física y afectuosa de quienes compartimos la fe y el amor fraterno, en estas fiestas centrales del calendario cristiano. Sin embargo, los medios de comunicación social, particularmente las cadenas de televisión e Internet, nos facilitarán en estos tiempos el estar más comunicados que nunca y harán posible poder vivir las celebraciones desde casa con gran provecho espiritual. Así, esta Semana Santa resultará inolvidable por diferente en cuanto al modo concreto de celebrarla y por tener que acercarnos a la vivencia espiritual de la pasión, muerte y resurrección del Señor uniéndonos a toda la Iglesia, pero viviendo las celebraciones desde casa, en familia, haciendo que la memoria agradecida evoque a las primeras comunidades cristianas, tal y como san Pablo nos lo recordará más tarde :“yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido, que el Señor-Jesús la noche en que iba a ser entregado…”.Así vivían ellos las primeras misas y las primeras semanas santas, como ahora nosotros en casa y en familia, si bien pedimos al Señor que tal situación sea verdaderamente única e irrepetible. ¡Feliz Pascua!
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