Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Lo malo de impartir justicia es que aquellos a los que les toca recibirla -que deberían ser los que más cuidados merecieran en este proceso- han de permanecer expectantes a la espera de la actuación de los impartidores que son los que en la sala y posteriormente tienen la sartén por el mango. El hecho culminante de este ciclo puede ser con suma facilidad la presencia ante un juez. Si el juez se llama Adolfo Carretero y es el instructor de la causa seguida contra Íñigo Errejón por la actriz Elisa Mouliaá, más vale encomendarse a todos los santos. Esa moneda al aire que el contribuyente tira al aire y espera a que caiga para comprobar la naturaleza de los magistrados y por tanto la influencia que puede ejercer sobre la marcha del proceso el carácter, el gesto, el talante, la paciencia, la impaciencia, el estado físico, la salud e incluso la tendencia política del magistrado que le toque en suerte, puede salir cruz e incluso puede caer de canto como en este caso. Una vez contemplados algunos pasajes del interrogatorio al que el juez Carretero ha sometido a la víctima supuesta del comportamiento del denunciado, el modesto comentarista que firma esta columna se define a sí mismo como atónito y confiesa su sorpresa y también su rechazo más categórico a un comportamiento que no admite pasar de largo.
En consecuencia este interrogatorio –agresivo, despectivo y profundamente irrespetuoso- explica por sí mismo por qué muchas mujeres se lo piensan y le dan vueltas a la posibilidad o no de presentar denuncias en causas que impliquen comportamientos impropios y acosos. Si una vez padecidos estos lamentables episodios, la denunciante tiene que enfrentarse al modo de actuar de un juez al estilo del que utilizó el jueves el de instrucción con la demandante, justo es reconocer que, a pesar de las campañas institucionales para fomentar las denuncias, es para pensárselo.
El ámbito judicial del país está por otra parte en estado caótico porque al lamentable cariz de esta comparecencia hay que añadir la facilidad con la que se filtran este tipo de actuaciones. No hay especialización en este importante aspecto de la Justicia, ni hay cuidado para preservar la dignidad y la privanza de las mujeres víctimas. No hay jueces especialmente educados para este tipo de acciones ni tribunales que sepan juzgarlos estos casos. Es, simplemente, una vergüenza.
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