Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Al hilo de la consecuente polémica surgida por la responsabilidad de enfrentarse a los incendios forestales -un viejo tema que siempre hace su aparición en verano- el ciudadano observa con una paciencia que merma en cada entrega, la posición de los partidos políticos en el proceso posterior a la devastación generada por fuego. No es solo en este tema donde el ciudadano está condenado a asistir como testigo presencial a la bronca subsiguiente tras el planteamiento de una situación que pide políticas de efecto seguro, sensatez, fiabilidad y sentido del deber. La posibilidad de que un episodio cualquiera acabe en acusaciones mutuas, bombardeo de argumentos antagónicos y cisco permanente crece exponencialmente con el transcurso de las legislaturas, y lo que antaño trascurría en una relativa bonanza salpicada de debate sin que llegara la sangre al río se ha convertido hoy en una fuente segura de reproches, en una batalla campal de improperios y en una discusión tan violenta como inútil en las que el principal protagonista del combate que es el pobrecito contribuyente observa mudo y espantado la respuesta de los dos grandes del espectro en una permanente escaramuza que no solo no cesa nunca sino que no tiene la más mínima utilidad para arreglar el problema.
Estamos atravesando un tiempo en el que el administrado ha perdido por completo la batalla de sus derechos a ser bien servido y a exigir a los partidos políticos que adopten las medidas pertinentes para suavizar sus relaciones y ponerse de acuerdo en las situaciones importantes sin apelar al credo ideológico o a su manera personal e intransferible de gestionar las situaciones, un proceso que debería ser principal en el desarrollo del ámbito parlamentario y político del país y que no estorbaría para nada el color del contenido de cada protagonista. Hace mucha falta la comprensión mutua y el consenso para recuperar un país que está dividido y mal servido y que ha sido condenado a sentarse y contemplar cómo sus representantes se atizan porque es lo que suponen que les conviene, sin tener en cuenta para nada la presencia de sus atribulados habitantes, hartos de que no se les tenga en absoluto en cuenta. Esa suerte de despotismo ilustrado del nuevo milenio es peor que el del siglo XVIII. Mucho peor.
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