Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Podríamos decir que hay tres clases de comunidades de montes: las que se preocupan por mejorar su territorio, como Saians; las que gestionan la explotación de madera, como Coruxo, y luego el resto, como Tameiga. Como las comunidades van a seguir existiendo, porque su desaparición resulta ya imposible pese a todos sus déficits democráticos y lo absurdo de que sean titulares del suelo y no solo gestores, hay que buscar la fórmula para que haya más del primer tipo y en todo caso del segundo y muchas menos del tercero, fácilmente reconocibles por sus acciones y las consecuencias que provocan.
En Puxeiros, por ejemplo, hay varias empresas en riesgo serio de deslocalización; es decir de trasladarse al otro lado del Miño ante la desconfianza en su futuro producto de las amenazas ciertas que reciben. Algunas parecen tenerlo ya claro y ofertas no faltan para acogerlas. Hace algunos meses, alcaldes de la Región Norte lusa se desplazaron a Vigo para ofertar terrenos a buen precio, licencias rápidas y sobre todo seguridad jurídica. En Puxeiros sucede todo lo contrario, con continuos vaivenes que han llevado a que una misma parcela tuviera titularidad municipal, y una ampliación del permiso durante décadas con un alquiler razonable, a pasar a manos de los comuneros con precios desorbitados y el nada disimulado interés por librarse de la compañía allí emplazada. No es la primera ni será la última porque los comuneros tienen todas las bazas en su mano para hacer y deshacer a su antojo en terrenos que en otras comunidades son de titularidad pública, aunque la gestión pueda caer en una asociación o grupo vecinal. No es así en Galicia por un supuesto derecho germánico inmemorial que, por ejemplo ha dejado a Vigo sin montes. Incluso hubo un intento por hacerse con A Guía y O Castro. No hay límites para este gato al que nadie se atreve a poner un cascabel.
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