Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Las nubes, esas formaciones de vapor de agua que surcan los cielos, son a simple vista fenómenos naturales; pero revelan metáforas que resultan no serlo tanto. Mario Vargas Llosa se ha ido haciéndonos mirar al cielo. En su novela "La ciudad y los perros" (1963), describe la ciudad que le ha visto abrir y cerrar los ojos, como un lugar donde las nubes parecen tener vida propia, como seres vivos que se desplazan sobre el tejado de todos. Esta idea literaria de Lima es la metáfora de la realidad política y social de la ciudad.
En "La guerra del fin del mundo" (1981), su autor utiliza esos cuerpos visibles de diminutas partículas de agua para describir la atmósfera de tensión y violencia que se vive en la ciudad de Canudos, en el noreste de Brasil. En "El sueño del celta" (2010), Vargas Llosa las personaliza para describir la visión del mundo del protagonista, Roger Casement como nubes que parecen tener una forma y un color que cambian constantemente, como si fueran una comparación de la vida, describiendo la complejidad y la incertidumbre de la realidad política y social.
Son las nubes la representación de que la verdad puede ser vista de diferentes maneras, y que la percepción cambia constantemente.
Las nubes pueden ser como los gobiernos: algunas son densas y opacas, ocultando la verdad y la justicia, mientras que otras son ligeras y transparentes, permitiendo que la luz brille a través de ellas. Algunas nubes pueden ser como los políticos: cambiantes y volubles, prometiendo un cielo claro y soleado, pero entregando en su lugar una tormenta de palabras vacías y acciones contradictorias.
Las nubes también pueden ser como las ideologías: algunas son rígidas y dogmáticas, rechazando cualquier punto de vista diferente, mientras que otras, son flexibles. Y las hay como los medios de comunicación: a veces precisas y objetivas, mientras que otras veces difunden rumores y desinformación, creando una niebla que desorienta; pero se dan nubes como la esperanza, esas que surgen de la nada como promesas de un futuro mejor, y pueden desaparecer dejando un cielo brillante y el recuerdo de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una posibilidad de cambio. Esta Semana Santa mirarlas es devoción. La gente se reúne en las calles, contempla el cielo y cruza los dedos para que se mantengan alejadas y los pasos puedan procesionar.
En el plano político, la ausencia de nubes podría significar la inexistencia de desafíos y de conflictos. No habría necesidad de debatir y de negociar, no habría necesidad de encontrar soluciones a problemas complejos.
En última instancia, las nubes son un recordatorio de que la realidad es compleja y multifacética. No hay soluciones simples, pero sí hay una necesidad constante de reflexión, de crítica y de acción. Así que sigamos mirando hacia el cielo, y buscando las comparaciones que nos ayuden a entender mejor el mundo en el que vivimos. Tampoco es extraño que al mirar esté barrido por estelas químicas que envenenan las aguas y las tierras, dejan de ser saludables para las personas, la agricultura, y la ganadería. Por encima de nuestras cabezas hay miradas que nos obligan a levantar los ojos. Si el sentido común rige la sociedad, es muy importante, que la opinión pública sea consciente de la necesidad de mirar el cielo a diario, y preguntarse si es normal que veamos con normalidad tanta anormalidad. Mario Vargas Llosa, el nazareno de esta Semana Santa, deja mucho escrito sobre eso.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
Lo último