Ni participación, ni regeneración, ni democracia
El Consejo de Ministros acaba de aprobar el llamado Plan de Regeneración Democrática. Semejante denominación podría dar a entender que España está saliendo de una dictadura o de una crisis institucional y política como la que dio origen al movimiento regeneracionista del siglo XIX. La diferencia es que aquél proponía despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid y este plan de Pedro Sánchez pone la lupa en los partidos políticos que no son de su agrado y en las informaciones que le resultan adversas a él y a sus familiares más allegados. Ya solo por la oportunidad y el contexto sería más apropiado denominarlo “plan de degeneración democrática”.
Un plan que habla de transparencia (por supuesto no de transparencia para los políticos) pero que en realidad lo que hace es crear más confusión entre los ciudadanos, porque pone en el mismo saco las redes sociales, las plataformas digitales de mensajería y los medios informativos. Resulta paradójico comprobar que, mientras fueron de su utilidad redes sociales y las referidas plataformas de mensajería, nadie dijo nada de poner coto a los bulos que a través de ellas se extendían, a pesar de las reiteradas advertencias que se hacían, que hacíamos, desde los medios informativos.
El Gobierno habla ahora de la bulosfera, como antes lo hizo de la máquina del fango, pero se olvida de cuando se practica desde sus mismas filas y no a través de las redes sociales, sino en ruedas y notas de prensa. No tenemos más que recordar todas las veces que en vísperas de una cita electoral se anunciaron proyectos, licitaciones e inicios de obras que, pasada la jornada de votación, volvieron al mismo cajón del olvido del que las habían desempolvado durante la campaña. Y si hablamos de las grandes líneas que deberían de marcar la política nacional, sabemos cómo lo que antes de unas elecciones era una línea roja -la amnistía-, se convirtió en una ley simplemente para asegurar la supervivencia en el poder.
Con estos antecedentes, plantear un Plan de Regeneración Democrática después de 45 años de gobiernos constitucionales elegidos democráticamente resulta, cuando menos, poco afortunado si no es tratando de adoptar medidas que estén encaminadas a que el propio Gobierno recupere una credibilidad perdida por mérito propio. Destinar uno de los ejes centrales de ese plan a los medios de comunicación, con medidas para las que no ha contado con el concurso ni la opinión de los propios medios a través de sus órganos de representación, como pueden ser las asociaciones de editores, colegios de periodistas y asociaciones de la prensa, parece evidenciar que de lo que trata es de ejercer un control sobre los medios privados como ya lo hace con los públicos, utilizando criterios que parecen más a conveniencia del gobernante que de los ciudadanos.
Se ha vuelto a olvidar del papel de servicio público que los medios tienen, tenemos, a la hora de garantizar el derecho de los ciudadanos a una información veraz y contrastada, pilar fundamental para desmentir los bulos que se extienden por las redes sociales y por las intrincadas redes políticas e incluso institucionales. Herramientas fundamentales para el fortalecimiento de la democracia, los medios privados son los únicos que no quedan a merced del partido de turno en el poder y es deber de un gobierno democrático fijar unas reglas transparentes a la hora de establecer las campañas de publicidad, los sistemas de financiación y las ayudas. Reglas que tengan en cuenta criterios como el de la realidad sociológica y demográfica de su territorio, porque no cuesta lo mismo editar y distribuir un periódico en Madrid que en Teruel. Pero todo esto importa un bledo, lo mismo que importa la España vaciada y los lectores de medios de esta España, siempre los últimos en recibir la información institucional, si es que la reciben.
El plan de regeneración de Sánchez tiene poco de regenerador y menos aún de democrático si no hay participación en su redacción. Y no la hay porque responde a la rabieta de un líder al que no le gusta verse criticado en los medios de comunicación. Como respuesta, intenta poner en duda la credibilidad de quienes ejercen el libre y sano ejercicio de la información y la libertad de opinión. Y, para colmo, intenta darle la vuelta al caprichoso y partidista reparto que la Administración central hace de la publicidad institucional, diciendo que va a llevar un estricto control de estos ingresos. En lugar de promover una ley absolutamente transparente del reparto publicitario, el partido de Sánchez, como otros cuando gobiernan, prefieren hacerlo arbitrariamente, precisamente para beneficiar a los aduladores y castigar a los críticos. Exactamente, lo mismo que pretende este engendro que acaba de anunciar Sánchez bajo la pretenciosa y taimada denominación de Plan de Regeneración Democrática. Tremenda desfachatez.
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