Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Vigo nació con las salazones, como un punto de encuentro entre la civilización romana y los pobladores que bajaron desde el castro hasta el mar. Mucho más tarde creció con la pesca artesanal gracias a su Ría. Pero no se hizo mayor hasta que llegó la pesca industrial, ya en los años cincuenta y posteriores, cuando dio el estirón definitivo y se convirtió en lo que es hoy.
Así que sí, tiene razón la Cooperativa de Armadores de Vigo, justa ganadora de la Medalla de la Ciudad, cuando proclamó que la pesca creó el Vigo moderno, al que contribuyó en igual medida la automoción. Pero hay diferencias. En tanto que la industria del vehículo llega desde Francia y ahora la planta de Stellantis de Balaídos forma parte de un entramado internacional, el mar es un producto de la casa. Las grandes armadoras son empresas familiares que han ido creciendo y especializándose, formando un lobby que funciona muy bien, como se puede constatar por su peso en Bruselas, donde se toman las decisiones, y en los organismos internacionales, donde hay vigueses al frente. Y no por casualidad. Lo explicaba muy bien Javier Touza, el patrón del mar, al señalar que necesitan gente que llegue formada para que pueda defender sus causas con argumentos sólidos. Otros no valen. La pesca gallega llega a todos los mares y no es una figura retórica, sino un hecho, desde el Ártico al Pacífico, capaz de pescar a la vez en las Malvinas y en aguas de Argentina, con éxito en ambos casos. Es un caso de darwinismo de libro, adaptándose al medio y sobreviviendo: cuando se quedó sin aguas, se formaron empresas mixtas y acuerdos bilaterales. El resultado: este año, por el puerto de Vigo pasará un millón de toneladas, lo nunca visto. Se decía en los setenta, que lo que era bueno para la General Motors lo era para EEUU. Lo mismo. Una medalla de honor.
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