Opinión

La sucesión de planos

La lección impartida por Carlos Alcaraz en la hierba de Wimbledon ha significado un chute de orgullo nacional directamente en vena, cuya oportunidad no puede ponerse en duda y cuyas consecuencias pueden incluso proponer otras lecturas añadidas que ennoblezcan la espesa y desagradable campaña política que se desgrana a la espera de las elecciones generales del día 23. La sucesión de planos con peso específico e interés que se desencadenaron tras la histórica victoria del tenista murciano, convertido en el nuevo rey Carlos de Inglaterra como coincidieron en renombrarlo los diarios nacionales e internacionales, propone una interpretación más profunda del sentido de país, ese que Carlos llevó en volandas y que encontró en el rey Felipe -presente en el palco de honor del recinto y uno entre iguales en el exclusivo grupo de la realeza británica- su mejor aliado, mientras convertía la estampa ya de por si escasa de un señor bajito y arrugado, en diminuta por el peso del escenario en el que aparecía como de prestado y como fuera de sitio. El señor bajito se llama Miquel Iceta y aparecía por allí  mirando a un lado y a otro como buscando amparo sin que el escenario y sus protagonistas se dignaran a facilitárselo. Iceta es un personaje superado por la misión imposible de recolocarlo por imperativo categórico en alguna parte, y fuera de su hábitat natural y arrancado de los territorios en los que él está confortable, se encuentra permanentemente fuera de juego y no hay manera de  acomodarlo. Es ministro de Cultura y Deportes como podía serlo de hacer balancear los badajos de la catedral de Murcia y, en ámbitos especialmente exclusivos y propios de deportistas como Wimbledon, rodeado de personajes de prosapia europea y buen tamaño, pegaba lo  mismo que una castañera a la orilla de las cataratas del Niágara.
España como país y como ideal, se rencuentra consigo misma en estas ocasiones: en los momentos especiales en los que aparece un Carlos Alcaraz que hace más por recuperar nuestro orgullo que todos los políticos juntos que se están dejando el honor y la dignidad en el camino a las urnas un próximo domingo del verano. Hay retazos de metraje en las pantallas de los televisores que enseñan más que un curso en Salamanca. Como decía Sagasta, “yo soy doctor en la universidad de la vida”. Y era ingeniero de Caminos.  
 

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