Luces, sombras y aranceles

Publicado: 21 sep 2025 - 10:09

Aunque el prototipo que discurre por el mundo nos ofrezca de ellos una visión ruinosa, los británicos componen una raza que piensa y discurre hasta el punto de ofrecer al mundo más inventores que ninguna otra. Tenemos la estampa delirante de los guiris que desembarcan de los grandes trasatlántico vestidos con bermudas, calcetines y sandalias, gafas de sol horteras, gordos como ceporros y la piel echando fuego o bien aquella que nos acerca a los hinchas de fútbol, masa atronadora y vociferante que agota las reservas de cerveza en los bares que circundan el estadio y arrasan con lo encuentran cuando su equipo cae derrotado. Simeone salió el otro día expulsado de Anfield tras responder a las provocaciones constantes de la hinchada enemiga eso sí, derrotado. Por la mínima y fuera de la hora, pero derrotado.

Pero esa imagen suele pelearse constantemente con la de las damas y caballeros de su aristocracia y realeza, los que se educan en Cambridge, van a las carreras de caballos o descubre o inventan cosas, desde la penicilina a la máquina de vapor. La versión de sujeto iracundo y embrutecido con la que frecuentemente hemos de lidiar los ciudadanos continentales y que tantas veces responde a la realidad y acaba en trifulca en cualquiera de las muchas terrazas de nuestros bares no se entiende muy bien si se compara con sus estereotipos de tinta o carne y hueso, pongamos que hablo de Charles Dikens o Sherlock Holmes, pero la masa isleña en tan sudorosa y peleona como la pintan y tan despreciable como apreciables son los ciudadanos y ciudadanas del Reino Unido que nos sirven de ejemplo digamos que hablo de Florence Nightingale, Margareth Thatcher, Darwin, Newton o William Shakespeare.

Esa vertiente aristocrática tendente a la pompa, la tradición y la circunstancia se ha puesto de manifiesto durante la visita de Estado del presidente Trump a Londres en toda su potencia. Alta etiqueta, carrozas, coronas, alabarderos, caballerizas, pajes, y una mesa con el largo de una piscina olímpica, han hecho las delicias del presidente de los Estados Unidos que, cautivado con tanto oropel, no dudó incluso en piropear a la esposa del heredero de la corona. El resultado, una inversión multimillonaria y rebaja de aranceles. El glamur también hace alta diplomacia.

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