Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Aunque el prototipo que discurre por el mundo nos ofrezca de ellos una visión ruinosa, los británicos componen una raza que piensa y discurre hasta el punto de ofrecer al mundo más inventores que ninguna otra. Tenemos la estampa delirante de los guiris que desembarcan de los grandes trasatlántico vestidos con bermudas, calcetines y sandalias, gafas de sol horteras, gordos como ceporros y la piel echando fuego o bien aquella que nos acerca a los hinchas de fútbol, masa atronadora y vociferante que agota las reservas de cerveza en los bares que circundan el estadio y arrasan con lo encuentran cuando su equipo cae derrotado. Simeone salió el otro día expulsado de Anfield tras responder a las provocaciones constantes de la hinchada enemiga eso sí, derrotado. Por la mínima y fuera de la hora, pero derrotado.
Pero esa imagen suele pelearse constantemente con la de las damas y caballeros de su aristocracia y realeza, los que se educan en Cambridge, van a las carreras de caballos o descubre o inventan cosas, desde la penicilina a la máquina de vapor. La versión de sujeto iracundo y embrutecido con la que frecuentemente hemos de lidiar los ciudadanos continentales y que tantas veces responde a la realidad y acaba en trifulca en cualquiera de las muchas terrazas de nuestros bares no se entiende muy bien si se compara con sus estereotipos de tinta o carne y hueso, pongamos que hablo de Charles Dikens o Sherlock Holmes, pero la masa isleña en tan sudorosa y peleona como la pintan y tan despreciable como apreciables son los ciudadanos y ciudadanas del Reino Unido que nos sirven de ejemplo digamos que hablo de Florence Nightingale, Margareth Thatcher, Darwin, Newton o William Shakespeare.
Esa vertiente aristocrática tendente a la pompa, la tradición y la circunstancia se ha puesto de manifiesto durante la visita de Estado del presidente Trump a Londres en toda su potencia. Alta etiqueta, carrozas, coronas, alabarderos, caballerizas, pajes, y una mesa con el largo de una piscina olímpica, han hecho las delicias del presidente de los Estados Unidos que, cautivado con tanto oropel, no dudó incluso en piropear a la esposa del heredero de la corona. El resultado, una inversión multimillonaria y rebaja de aranceles. El glamur también hace alta diplomacia.
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