El hijo de Tejero

Publicado: 19 mar 2014 - 12:15 Actualizado: 19 mar 2014 - 12:15

El que un grupo de antiguos rebeldes, en su mayoría no separados del servicio, se reúnan en una institución militar, encabezados por uno de sus jefes, y sean atendidos por personal de servicio en un aquelarre de golpistas no arrepentidos es gravísimo, no ya por el hecho en sí, sino por las consecuencias que se desprenden del mismo.

En primer lugar, ¿cómo es posible que ni los servicios de inteligencia del Estado ni los de asuntos internos de la Guardia Civil se enteraran previamente de la fiesta en un ciartel para abortarla? Y ya celebrada, ¿cómo es posible que transcurra un mes hasta que la Dirección General del Cuerpo y el ministro del Interior se den por enterados y "tomen medidas"?

La medida tomada es una mera decisión de carácter administrativo: el hijo del golpista, teniente coronel como cuando su padre ocupó el Congreso de los Diputados, ha sido cesado en su cargo. Eso es todo. Queda a disposición del director general en expectativa de destino. O sea, que la cosa no pasará de un cambio de ocupación, a no ser que se abra un expediente y se tomen medidas no sólo administrativas, sino realmente disciplinarias contra este sujeto. No creo que pase.

Este hecho vuelve a poner de manifiesto, al filo de aquel triste aniversario, que el 23-F nunca fue depurado a fondo. Los golpistas, sus amigos y financiadores quedaron impunes en gran medida. En sus memorias, el propio Santiago Carrillo revela que al día siguiente de aquella aciaga fecha, el Rey reunió a los líderes de los partidos democráticos y les pidió comprensión porque las responsabilidades de la asonada no pasarían de las cúpulas conocidas. Literalmente les dijo que no se podía profundizar mucho más, porque de hacerlo corría el riesgo de quedar con las manos atadas de cara al futuro.

Lo cierto es que, no sólo siguieron en despachos y cuarteles muchos implicados, sino que se fue extremadamente generoso con los oficiales y el personal sublevado. Para vergüenza del decoro militar, alguno de los oficiales que, subfusil en mano, huyó por las ventanas del congreso, abandonando a su suerte a sus subordinados, llegó incluso a coronel, dentro de la impunidad que alcanzó de teniente para abajo.

Y como no hubo siega, los rebeldes se crecieron y se congregan como bandidos en una fiesta conmemorativa bajo los pliegues de la bandera que ensucian. Y todo lo que pasa es que al organizador de la fiesta se le cambia de destino. Y aquí no ha pasado nada. ¿Qué apostamos?

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