Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Se suele ensalzar, con toda justicia, la belleza de la lengua latina y su capacidad de decir mucho con pocas palabras. Veamos tres ejemplos, tomados respectivamente del mundo universitario, de un escudo cardenalicio y del “ex libris” de un filósofo.
En la simbología universitaria de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia), el escudo consta de una rosa de los vientos, que ocupa la parte central, y del lema "Omnibus mobilibus mobilior sapientia", un texto tomado de la versión latina de la Biblia, del capítulo 7, versículo 24, del libro de la “Sabiduría”, que se traduce como "La sabiduría se mueve más que todas las cosas que se mueven", pues ella es más móvil que cualquier movimiento. Alude, así, a la difusión de la sabiduría y a su progreso y avance.
Cuando San Juan Enrique Newman fue creado cardenal, en 1879, no diseñó su propio escudo, sino que adaptó uno del siglo XVII heredado de su padre. Un escudo en forma de corazón que presenta tres corazones rojos sobre fondo dorado. El lema complementa esa composición: “Cor ad cor loquitur”, “el corazón habla al corazón”, indicando que en la transmisión de la verdad nada puede suplir el contacto de persona a persona, análogamente a cómo, en la vida de fe, se establece un diálogo, una comunicación, entre el Corazón de Cristo y el propio corazón.
Vayamos al “ex libris” de Maurice Blondel, que resume de algún modo su inquietud filosófica: «Per ea quae videntur et absunt ad illa quae non videntur et sunt»; es decir, “por las cosas que se ven y no son, a las que no se ven y son”. Blondel condensaba en esa expresión su deseo de perforar la realidad, analizando los fenómenos, para llegar a la esencia de las cosas, transitando desde la fenomenología a la ontología.
Esta combinación de belleza formal y de densidad de significado de la expresión latina se refleja en un acertado texto que, a modo de lema, figura al pie de una felicitación navideña del Deán y el Cabildo Primado de la Catedral de Toledo: “Sublime custodimus, divinum revelamus”, “custodiamos lo sublime, revelamos lo divino”. La imagen que ilustra la postal es un detalle de una “Epifanía”, de autor anónimo, realizada con oro, lapislázuli, ágata y pórfido, que se conserva en el retablo relicario “Ochavo” de la catedral toledana. Es una frase lograda que relaciona la sublimidad de la belleza artística, tan presente en los innumerables tesoros que guarda con cuidado y vigilancia la “Dives Toletana”, con la revelación divina, con la automanifestación de Dios a los hombres que llega a su plenitud en Jesucristo.
En la estela del destacado teólogo suizo, Hans Urs von Balthasar (1905-1988), se puede decir que la belleza es la forma de la revelación, porque expresa de la mejor manera posible el amor, que es el contenido central de la fe. “Dios es amor” resume san Juan y ese amor se hace visible y próximo en los misterios de la vida de Cristo: en su nacimiento, en su pasión y muerte en la cruz, en su gloriosa resurrección. La reflexión sobre lo bello ha estado siempre presente en la teología cristiana y, si en algún momento se tendió a preterir este enfoque, nunca faltaron testigos que defendieron el vínculo entre revelación, fe y belleza: Petrarca, Nicolás de Cusa, Erasmo, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Pascal, Tolstoi, Dostoievski, Péguy, entre tantos otros.
A Jesús se le aplican las palabras del salmo 44,3: “Eres el más hermoso de los hombres”. Así como el arte se ofrece a la contemplación del hombre, así la revelación suscita por la gracia un tipo especial de percepción que se llama “fe”. Lo sublime puede ser una vía que abra el acceso a lo revelado. El genio de la lengua latina permite decirlo con singular brevedad y elegancia.
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