La verdadera foto de Trump
La información que nos llega a los españoles sobre lo que ocurre en Estados Unidos, a manos de la mayoría de los corresponsales, agencias y editorialistas de los grandes medios de comunicación de España, es tan ajustada a la realidad como una crónica de Yolanda Díaz sobre lo que ocurre en Gaza. Con contadas excepciones, como el caso del siempre riguroso David Alandete, el partidismo ciega a los informadores de la manera más atroz. Imposible olvidar a aquel antiguo cómico brillante, hoy reconvertido en analista televisivo desde América, asegurando que Kamala Harris ganaría las elecciones –horas antes de saberse el resultado y en contra de lo que decían todas las encuestas-, porque había encontrado una pintada en un baño de chicas animando a las esposas de los “MAGA”, partidarios de Trump, a votar demócrata “en secreto” para no “enfadar” a sus maridos. Es el ejemplo exacto de por qué, si la ideología te ciega hasta lo enfermizo, no debes dedicarte al noble arte del periodismo de información, a menos que te de igual engañar a todo el mundo.
Fruto de ese flujo de información distorsionada es la tradicional caricatura de Trump como un hombre tosco, sin escrúpulos, y completamente idiota. Una simplificación extrema del personaje que hace que la mayoría de las personas con las que hablo aquí tengan ideas completamente ficticias de lo que hace o dice el presidente. Es desolador, porque uno puede tener la opinión que le venga en gana sobre Trump, pero resulta risible ver a tantos españoles emitir juicios radicalísimos sobre el republicano, basándose en tonterías que han escuchado en el telediario de Intxaurrondo, y que harían sonrojarse incluso al más socialista de los americanos.
Por otra parte, no es necesario inventar nada sobre Trump, porque todo en él es pornográficamente transparente, siendo esa histérica espontaneidad a menudo uno de sus puntos débiles, y a veces también, la causa de sus más sonados aciertos. Estados Unidos, bajo la administración Biden, estuvo años relegado al ostracismo, sin contar para nada en la escena internacional, y debilitando en consecuencia a todas las fuerzas occidentales. La llegada de Trump ha representado exactamente lo contrario. Y es una buena noticia. Nada bueno puede ocurrirnos cuando Estados Unidos cede su protagonismo a China y Rusia, y no hay nadie liderando el Occidente de las grandes democracias.
Trump no ha venido a hacer amigos, pero sí tiene una idea clara de cuál es su misión, de qué es bueno para Estados Unidos, y qué es bueno para Occidente. La mejor prueba de su manera de ejercer el poder, audaz y carismática, la encontramos en la última fotografía del Despacho Oval. Trump sentado junto a Benjamin Netanyahu. El presidente de Estados Unidos sostiene un teléfono fijo en sus rodillas, y el líder de Israel, estirando el cable, conversa por el auricular siguiendo el guion de un papel que acaban de entregarle. Trump está serio, como el padre que acaba de decir al niño que llame a alguien para disculparse. Y es lo que está haciendo. Trump obligó a Netanyahu a llamar a Qatar, pedir disculpas por el ataque en suelo catarí contra la cúpula de Hamás, y prometer que no volverá a ocurrir.
Por supuesto, no se trataba de una perfomance. No se trataba de un capricho, ni de una simple demostración de poder. Era parte del plan Trump para lograr el concierto de los países árabes en torno a la propuesta de pacificación en Gaza. Mientras los payasos europeos y los corruptos de la ONU hacen declaraciones grandilocuentes –o sea, nada- y esconden la mano, Trump –ese supuesto inútil, tosco, tonto, y muy fascista- se puso el mono de trabajo, dedicó horas a la diplomacia y, quién sabe, tal vez logre sacar un acuerdo histórico de paz… otra vez.
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