Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
En este mes de marzo se cumplen veintidós años de la entrada de España en la guerra de Irak por decisión unipersonal de José María Aznar, sin informar a los partidos de la oposición y con la ciudadanía española protestando en las calles. Dos décadas después el ideólogo del PP ni ha pedido disculpas, ni se ha arrepentido, ni ha dado cuenta de los perjuicios ocasionados a la economía española además de propiciar los atentados yihadistas del 11M y la derrota de M. Rajoy en las elecciones generales que demoscópicamente tenía ganadas. Este aniversario acontece al mismo tiempo en que Sánchez, cumpliendo con el precepto democrático de informar a los partidos de la oposición, los ha recibido para dar cuenta del propósito o mandato europeo de aumentar el gasto en defensa como prevención ante la hipotética necesidad de mandar tropas a Ucrania para defender a la UE del imperialismo de Putin y la traición de Trump. Una función, la del presidente actual, que pone de manifiesto el sentido democrático de la izquierda frente a la inclinación dictatorial de aquel mandatario de la derecha con mayoría absoluta.
¿Cuál ha sido la actitud del sucesor actual de Aznar en Génova 13? Presentar quejas por dos razones. Una, porque el despacho con el presidente del Estado se resuelva en poco más de media hora. Otra, porque Sánchez haya decidido no citar a Santiago Abascal al considerarlo un evidente caballo de Troya en connivencia con Trump, Putin y Orbán. Esto es, hacer efectivo el cordón sanitario contra la extrema derecha que funciona en Europa y ha sobresalido en Alemania tras las últimas elecciones generales, donde los propios correligionarios del PP lo han hecho efectivo pactando con los socialdemócratas. Algo impensable en España. Especialmente si tenemos en cuenta la reclamación de Feijóo, casi silenciada, de criticar y exigir que Vox no se quede fuera de la información reservada.
Esta actitud de defensa de Vox por parte de Alberto Núñez Feijóo transmite una nueva lectura, inédita hasta el descalabro de la Dana en Valencia, la pérdida de argumentos para derogar al gobierno de coalición, la pacificación de Cataluña, el avance económico global, la implantación de las políticas sociales, etc. Queriendo o por error el líder conservador, además de asumir infinidad de tesis de la extrema derecha desde las últimas generales del 23-J, ha anunciado a la ciudadanía su dependencia de ella para poder gobernar en España. En realidad nada nuevo, excepto que, con sus expresas manifestaciones de poder internacional, Abascal se ha ganado el cargo de futuro vicepresidente con el PP. Feijóo reconoce que lo necesita imperiosamente y renuncia a seguir luchando por retornar al bipartidismo añorado.
Desde la eclosión de Ciudadanos y Podemos los dos grandes partidos tradicionales, PSOE y PP, tuvieron claro que la única alternativa para volver al bipartidismo imperfecto era recuperar los espacios que les pertenecían desde la desaparición de la UCD de Adolfo Suárez. Como dos caballos al galope se lanzaron a ello. A estas alturas de marzo del 25, el socialismo está dejando atrás a un Podemos al borde del precipicio final, a un Sumar descafeinado y a una IU sin imagen pública. Es decir, Sánchez se acerca a la hegemonía sin remedio. Por la derecha ha desaparecido C’s de muerte natural pero el PP se ha enfrentado a los socios naturales a cara de perro, PNV y Junts. Mientras Vox, con quien formaron las mayorías de gobiernos y alcaldías de perdedores, usa sus llaves para no dejarles crecer. Feijóo lo acepta y vuelve a equivocarse.
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