Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Miles de vigueses continúan sintiéndose y ejerciendo como tales, pero con otra “nacionalidad” tras haber optado por el exilio interior: continuar a todos los efectos como vigueses, pero con la residencia oficial en otro ayuntamiento. La pandemia ha acelerado un proceso que ya se venía produciendo de traslado del casco urbano a otros municipios vecinos para seguir con el trabajo y el ocio en la ciudad, pero con vivienda fuera. Tiene consecuencias. La primera sobre el número oficial de ciudadanos, la segunda sobre los impuestos a pagar. La tercera, sobre la imagen. No es un hecho aislado sino extendido, y por ejemplo Madrid perdió 50.000 empadronados. ¿Qué hacer? Vigo está muy lejos del umbral de la saturación que sí padece Coruña, un ayuntamiento de 30 kilómetros cuadrados que probablemente no va a dar más de sí, salvo que se unifique con el vecino Arteixo. Si esto se produce, y voces hay que lo reclaman, A Coruña pasaría a tener un amplio territorio municipal y a sumar miles de residentes y algunas de las grandes empresas gallegas, como Inditex, o el puerto exterior. No es el caso de Vigo, que dispone de 110 kilómetros cuadrados y amplias zonas todavía más rurales que urbanas, o más bien una combinación de ambos mundos. Claro que otra posibilidad pasaría por volver a intentar una fusión, como la que se logró con éxito con Bouzas y Lavadores. Sin ambos ayuntamientos, Vigo no sería ni de lejos lo que es hoy: tampoco les iría mejor a Bouzas o Lavadores. Pero imaginarse la integración voluntaria de Mos o Nigrán, aunque ambos municipios estén ya unidos de hecho con la ciudad, es un sueño imposible.
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