Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
La realidad política nos abruma. La intensidad de los contubernios corruptos ha sobrepasado ya nuestra capacidad de asimilación, pero los árboles no nos deben impedir ver el bosque. A mí no se me va a olvidar que hace poco más de dos meses un apagón generalizado acabó con la vida de varias personas en nuestro país. Y, sobre todo, no se me va a olvidar cómo los responsables llevan echando balones fuera desde entonces en un intento desesperado por ocultar la verdad a los ciudadanos. La sabremos.
Hay decisiones técnicas que pueden tener sentido en su lógica interna. Pero cuando se anuncian después de negar la mayor varios meses lo que asoma es la hipocresía, el oportunismo y la chapuza. El último anuncio del Gobierno de España, celebrando la instalación de compensadores síncronos en la red eléctrica es un ejemplo de manual.
La paradoja —o la tomadura de pelo, según se mire— es difícil de ocultar. El día del apagón, como es bien sabido en el sector, el sistema eléctrico español contaba con muy poca potencia síncrona, especialmente en el sur de la península. La red operaba en una situación frágil, con una gran proporción de generación renovable no síncrona —fundamentalmente solar— y una escasa presencia de centrales térmicas o hidráulicas que aportan estabilidad al sistema. En cristiano: teníamos un sistema sin músculo para soportar un fallo.
La consecuencia fue un apagón trágico. El más grave de nuestra historia. La respuesta del operador del sistema, Red Eléctrica, fue la que todos esperábamos: lavarse las manos. No se cometió ningún error, decían. Todo se gestionó correctamente, insistían. Las causas eran “externas”. Pero lo cierto es que el sistema cayó como un castillo de naipes porque estaba en una situación inestable perfectamente conocida por Red Eléctrica. No fue un fenómeno inevitable, sino una consecuencia directa de decisiones operativas equivocadas. Lo saben y nos mienten.
Y aquí es donde la contradicción se vuelve grotesca. Porque si, como defendían el Gobierno y Red Eléctrica, no hubo fallos de operación y todo se hizo correctamente, ¿por qué ahora anuncian con entusiasmo la instalación de compensadores síncronos? ¿Por qué esa inversión millonaria en tecnología cuya única razón de ser es aportar la inercia y el control de tensiones que, supuestamente, no hacía falta?
La realidad es evidente: están reconociendo, aunque no lo digan en voz alta, que la red eléctrica estaba siendo operada de forma nada conservadora. Temeraria, incluso. Que el modelo con el que se pretendía mostrar al mundo una transición energética ejemplar se construyó más sobre un relato político que sobre las leyes de la física. Y que el apagón del 28 de abril fue la consecuencia natural de esa desconexión entre discurso y realidad.
Pero la cosa no acaba ahí. Desde el apagón, el patrón de operación de la red ha cambiado de forma muy evidente. Red Eléctrica ha introducido mucho más gas en el mix eléctrico, precisamente para aportar el control de tensión que nos faltaba aquel día. Esto ha supuesto a los ciudadanos un sobrecoste evidente: millones de euros en servicios de ajuste. Un concepto técnico que, en lenguaje llano, significa pagar más para mantener la red estable. Y ese sobrecoste lo pagamos todos a través de la factura eléctrica para corregir una operación del sistema que, según ellos, era impecable. No lo era, ni por asomo.
Es una cadena de despropósitos con una moraleja clara: la gestión del sistema eléctrico no puede estar sometida ni a la propaganda ni a la ideología. No se puede despreciar el conocimiento técnico en nombre de la narrativa climática. Y no se puede esconder la cabeza cuando las consecuencias llegan, como ocurrió aquel 28 de abril. Este gobierno ha convertido la transición energética en una cuestión estética, no estructural. Ha confundido velocidad con urgencia y ambición con imprudencia. Y ahora, cuando la catástrofe está servida, juegan a lo de siempre: mover la bolita para que nadie sepa dónde está.
En lugar de liderar una transición sensata, compatible con la seguridad del suministro y la eficiencia económica, se ha optado por una política de gestos. Y cuando el gesto choca con la realidad, cuando el gesto fracasa, la consecuencia es siempre la misma: cargar el coste al contribuyente y cambiar de rumbo sin dar explicaciones. Nuestra red tenía potencia síncrona de sobra, era una red estable y robusta. Ha sido voluntad política que ya no lo sea. Hemos cerrado todas nuestras centrales de carbón y ahora queremos cerrar las nucleares. Después de deshacernos de esa potencia síncrona, anunciamos que tenemos que instalar compensadores síncronos. Deliciosa ironía que va a pagar usted, querido contribuyente.
España necesita un sistema energético robusto, transparente y guiado por criterios técnicos, no por titulares. Y necesita un gobierno que, cuando comete errores, tenga el coraje de reconocerlos, no de maquillarlos con anuncios huecos y tardíos. La instalación de compensadores síncronos no borra el apagón, ni justifica los sobrecostes, ni exonera a quienes han pilotado esta deriva… ni resucita a los muertos. Los que nos llevaron al apagón fueron ellos y los que tratan de ocultar su responsabilidad son ellos. El estado ha fallado, una vez más. Ya que no van a pedir perdón, lo mínimo es que no nos tomen por tontos.
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